El general Henri Giraud, hay que reconocerlo, no dejó un sello indeleble en la historia del siglo XX. Sin embargo, fue famoso durante la Segunda Guerra Mundial y protagonizó una odisea que dio la vuelta al mundo: al igual que Papillon -Henri Charrière, reo en la prisión de la Isla del Diablo, en la Guyana Francesa- logró lo imposible y se evadió de un lugar inexpugnable. Pero entre ambos Henri la semejanza no va más allá: Giraud era un oficial rígido que se evadía por cuestiones de honor militar y de palabra dada a sus hermanos de armas. Además, en los tiempos turbios de la Ocupación alemana de Francia, su estrella se apagó muy pronto frente a uno de sus pares en la jerarquía militar, el general Charles de Gaulle.
Un eterno rival
Si no hubiera sido por la pandemia de Covid-19, Francia hubiera podido celebrar -como estaba previsto este año- el triple homenaje a su mayor figura política del siglo XX: en 2020 se cumplen 50 años de la muerte de De Gaulle, 70 del Llamado del 18 de Junio (cuando convocó a resistir ante los alemanes luego de la capitulación) y 130 de su nacimiento. En medio de tantas celebraciones no cabía el menor espacio para Giraud, que sin embargo fue otra gran figura de la Resistencia y la lucha contra los nazis. En algún momento de la guerra tuvo incluso más protagonismo. Pero por su carácter y su visión política ambos fueron rivales más que aliados, y a fin de cuentas la historia guardó lugar solo para uno de los dos.
Antes de entrar en los detalles de su rocambolesca evasión, bien vale recordar algunos hechos y precisar fechas. Henri Giraud había nacido en 1879 e hizo carrera en el ejército francés, donde alcanzó el grado de general en 1936. Combatió en la Primera Guerra Mundial y luego en la Guerra del Rif, donde las fuerzas coloniales de España y Francia se opusieron a los movimientos independentistas en las montañas de Marruecos. Al momento de la rendición francesa en 1940, Giraud se posicionaba como el jefe de los partidarios de retomar la lucha contra los alemanes. Hasta recibió el apoyo de Estados Unidos, tanto de Eisenhower -con quien tuvo relaciones tirantes- como de Roosevelt.
Tras su espectacular evasión, el ahora olvidado Giraud parecía haber ganado la contienda de la supremacía militar futura de Francia frente a De Gaulle. A partir de noviembre de 1942 encabezó el Alto Comisariado para África y fue a la vez jefe civil y militar desde su base en Argel. Sus hombres combatieron junto a los Aliados en el Mediterráneo contra los italianos y los alemanes. En Francia misma, algunos grupos de la Resistencia lo reconocían como su líder. Sobre todo, no era tan intransigente como De Gaulle con respecto al gobierno de facto de Vichy, subordinado a Hitler. Hasta tenía cierta simpatía por Pétain, a quien visitó apenas pudo salir de Alemania y volver a Francia al final de su odisea como prófugo. Esta posición, que parece ambigua en la actualidad, empujó su figura a las mazmorras del olvido histórico.
Sin embargo hay que reconocer que Giraud rompió relaciones con Pétain en 1943 y se reconcilió un tiempo con De Gaulle (forzado por los Aliados). Ambos encabezaron un tiempo juntos el Comité de Liberación Nacional. Fue el principio de su fin como responsable militar y político, ya que su eterno rival logró quitarle todo tipo de poder y legitimidad.
El Alcatraz de las montañas
Cuando logró evadirse, el 17 de abril 1942, Henri Giraud no era un neófito. Ya lo había hecho en 1914, al principio de la Primera Guerra Mundial. Luego de ser herido, había caído en manos de sus enemigos alemanes en Bélgica: pero se fugó a los pocos días y desde entonces estaba en una especie de lista negra del ejército alemán, el imperial primero y el nacionalsocialista más tarde. De hecho, en 1940 muchos militares lo recordaban y querían una revancha. Que les fue dada cuando fue nuevamente capturado en el pueblito de Le Catelet, en el norte de Francia, durante la Blitzkrieg.
Los alemanes lo consideraban un cautivo de lujo por su alto rango militar, pero conocían su reputación de Houdini en uniforme. Por lo tanto, la segunda vez tuvieron especial cuidado en trasladarlo y encerrarlo en un lugar que tenía fama de ser inviolable: el castillo de Königstein, lo más lejos posible de Francia y a escasos kilómetros de la actual frontera checa. Una suerte de "Bastilla de la Suiza sajona", tal como se conoce a esa región alemana. Al igual que en la siniestra cárcel real de París derribada en 1789, los príncipes locales encerraban arbitrariamente en ese castillo a opositores de todos los colores (entre ellos el anarquista ruso Bakunin). Hoy tiene el mismo aspecto que en 1940, cuando llegó Giraud: una fortaleza inexpugnable, de altas y gruesas paredes, resguardada detrás de varias murallas en la cumbre de una alta colina.
"Asediada pero nunca asaltada"
Así comentan los guías de turismo locales sobre este auténtico nido de águilas, un Alcatraz de las montañas en el valle del Elba. Prefieren olvidar la última batalla que libró la fortaleza cuando fue embestida por el Ejército Rojo, aunque es cierto que sus defensores habían desertado y solo quedaba un coronel para resistir. Cuando Prusia y Sajonia se rindieron a los soviéticos, en mayo de 1945, hacía ya mucho que Giraud se había escapado.
El general estuvo encerrado de 1940 a 1942 junto a otros oficiales superiores de países conquistados por el Tercer Reich. Junto a los franceses había griegos, yugoslavos u holandeses. Los guías cuentan que cuando ingresó uno de sus guardias le advirtió con una sonrisa burlona: "Nadie se evade de Königstein". Sin embargo, lo primero que hizo fue advertir a sus compañeros de infortunio que se iba a escapar, contando desde luego con su lealtad para no ser denunciado.
Roosevelt y Henri Giraud en Casablanca, 19 de enero de 1943. Crédito: Wikimedia Commons.
Un largo plan
Tardó dos años en planificar su fuga. Dos años durante los cuales no dejó nada librado al azar y puso en marcha el plan perfecto que extendió sus ramificaciones hasta Francia, a más de 1.100 kilómetros de su celda. Primero estudió en detalle el plano del castillo y sus sucesivas líneas defensivas y murallas. Porque si bien formaban paredes rectilíneas de más de 40 metros por encima del valle, no había que pensar en otras vías: el único ingreso era un túnel y la alternativa un potente montacargas controlado día y noche.
La meticulosa preparación culminó el 17 de abril de 1942, su propio Día D. Aquella mañana se presentó al llamado matutino envuelto en una frazada y temblando. Los carceleros lo mandaron de vuelta a su celda pero esperaban verlo otra vez en el llamado vespertino, una rutina diaria dentro de la cárcel. Cuando no se presentó se dieron cuenta de su fuga: pero para entonces ya estaba lejos y había logrado lo imposible, evadirse de donde nadie podía evadirse. Y además en pleno día, en las narices de sus vigilantes. Cuando lo fueron a buscar a su celda, los soldados de Königstein solo encontraron una notita sobre la espartana mesa de la pieza.
La carta de un aburrido
Como sus lejanos antecesores, los mosqueteros del rey, Giraud agregó un toque desafiante a su hazaña: la carta en cuestión estaba dirigida al comandante de la fortaleza. Y explicaba ni más ni menos que estaba aburrido y que se iba. Humillados y asustados al mismo tiempo, los alemanes difundieron rápidamente la alerta general por todo el Reich, mientras el fugitivo trataba de volver a Francia a toda costa. La ira de Hitler fue, se dice, terrible. ¿Tanto como la de Bruno Ganz en la escena que se viralizó en película "La Caída"? Primero trataron de encontrarlo escondido en alguna parte de la fortaleza. Luego en la región y el pueblo vecino de Bad Schandau, más tarde por toda Sajonia y finalmente por Alemania entera, con afiches y anuncios en los diarios. Su cara fue la más vista del país durante algunos días. Se lo mostraba de frente, con su bigote y su uniforme del ejército vencido. Y se prometía una recompensa abultada para todo aquel que pudiera dar informaciones sobre su paradero.
Giraud había preparado su fuga durante dos años enteros y había previsto todas las posibilidades, sobre todo una tan obvia como una cacería generalizada. Además seguramente la suerte le sonrió varias veces para lograr atravesar de punta a punta un país enemigo con todo un aparato policial pisándole los talones. Pero no había descuidado ningún detalle: durante dos años, un cómplice entre los detenidos le confeccionó una larga soga de 40 metros juntando pacientemente los hilos de los paquetes que las familias mandaban a los presos desde Francia. Durante dos años, pidió y obtuvo clases de alemán y logró alcanzar cierta fluidez. Durante dos, años memorizó cada detalle de un plano de las fortificaciones de Königstein. Durante dos años, reunió sin levantar sospechas todo lo imprescindible para su hazaña.
Como un guión perfecto
Por ejemplo, el espejito que utilizó para afeitar su reconocible bigote apenas puso un pie fuera de la fortaleza. Por ejemplo, la ropa vieja que le compró al jardinero de la cárcel. Por ejemplo, el poco dinero que reunió vendiendo sus raciones de chocolate a los demás detenidos. Al pie de Koenigstein, el general francés cautivo se convirtió en un campesino de sombrero tirolés y anteojos ahumados: así logró llegar hasta la estación de Bad-Schandau, donde lo esperaba un ayudante.
Si su evasión ya de por sí era espectacular, lo más increíble es la participación de su esposa desde la otra parte del continente y la perfecta coordinación que lograron ambos. Si hubiera sido el guion de una película, la habrían calificado de fantasiosa.
Giraud solo seguramente no hubiera podido escapar sin la logística puesta en marcha por su mujer , que le hizo llegar varios de los elementos necesarios dentro de frascos de conservas. Además, en las cartas donde contaba pormenores de su vida familiar se podían leer entre líneas indicaciones codificadas. La coordinación inicial fue facilitada por un oficial moribundo que los alemanes enviaron de vuelta a su casa desde Königstein: a través de él Giraud envió recomendaciones a su mujer y se puso de acuerdo sobre el código que usarían en su correspondencia.
Así ella le pudo avisar la fecha y hora en que iría a esperarlo una persona de su máxima confianza en la estación ferroviaria local. Los Giraud no solo tenían que lograr lo imposible, tenían que hacerlo con total puntualidad porque más de una hora de espera en la estación hubiera despertado sospechas. Este ayudante que Madame Giraud envió con ropa y documentos falsos para su marido era un alsaciano, un habitante de la región más oriental de Francia, anexada al Reich alemán: la población local odiaba a los nazis, que alistaban a los hombres por la fuerza para enviarlos a los campos de batalla del este de Europa.
Por suerte todo salió bien para los dos: Giraud llegó a horario y se encontraron. Pero no faltaron los contratiempos durante el resto de la travesía, que se convirtió en una auténtica odisea. Siguiendo el principio de Poe en "La carta robada", donde lo que menos se ve está a la vista de todos, el general fugitivo se fue en tren, como cualquier vecino.
Seguramente agradeció a aquel profesor de alemán que le daba clases en la fortaleza todos los días. Su conocimiento del idioma fue indispensable para no despertar sospechas en las estaciones, durante controles de identidad y en los varios percances que por supuesto no faltaron. El primero ocurrió en la estación de Bad-Schandau, a poco de haber bajado con la soga desde lo alto de las inexpugnables murallas. que así dejaron de serlo. Los dos hombres esperaban un tren por Stuttgart para acercarse a Francia pero no llegaba antes de varias horas, así que optaron por el primero, que iba a Münich, mucho más al este de lo previsto. En ese tramo de la aventura, Giraud era oficialmente Hans Steiner, un ingeniero de Estrasburgo. Al pasar delante de los carteles que exhibían su foto, seguramente se aferró con todas sus fuerzas a sus documentos falsos. Logró sin embargo sortear controles policiales varios; viajó en el compartimento de un teniente del Afrikakorps que lo hizo vivar a Rommel; estuvo en formaciones atacadas por aviones de la Royal Air Force; vio su foto en el diario Frankfurter Zeitung junto a la promesa de recompensa que pesaba sobre su cabeza. ¿Qué más podía pasarle?
El final del cuento
Su rocambolesca aventura terminó bien y llegó a Alsacia, desde donde algunos resistentes lo llevaron a la frontera suiza. Desde allí volvió a entrar a Francia, en la Zona Libre, y terminó su viaje delante del despacho de Pétain, en Vichy: para Giraud, seguía siendo el legítimo jefe del poder francés. El resto forma parte de la historia de la Segunda Guerra Mundial: temiendo ser capturado de nuevo, Giraud contactó a los norteamericanos, que lo integraron en el mando de sus preparativos de desembarco en el norte de África, donde tuvo un papel destacado durante varios meses.
Al recibirlo, Pétain lo felicitó por su ingenio, su coraje y su patriotismo. No así miembros de su gobierno que querían entregarlo de nuevo a los alemanes. Giraud emprendió entonces otro camino, que lo llevó al norte de África, adonde llegó precedido de una fama extraordinaria. Era el hombre que se había burlado de Hitler y de la policía más temible de la historia. El dictador alemán vociferó que lo quería vivo o muerto porque lo consideraba "más peligroso que treinta divisiones". Además creía que era el autor del libro "Hacia un ejército profesional", publicado en 1934: ese ensayo había causado gran revuelo entre los militares de la época, especialmente en Alemania y en la Unión Soviética, donde inspiró a varios estrategas. Pero Hitler estaba equivocado. Confundió a Giraud con su eterno rival; un oficial que sería uno de sus vencedores en 1945, Charles de Gaulle.
Uno de los libros de Giraud: Mes Évasions
Ya lejos de aquellas aventuras, la fortaleza de Königstein es hoy día un museo histórico militar y el mayor atractivo de la región, visitado cada año por 700.000 personas, en medio de un bucólico paisaje montañoso. Giraud por su parte logró sobrevivir en 1944 en Argelia al intento de asesinato perpetrado por un miembro marroquí de su custodia personal. Restablecido y de regreso en Francia, rechazó la Legión de Honor que le quiso entregar De Gaulle; fue brevemente diputado en 1946 y redactó sus memorias antes de morir en marzo de 1949. El más famoso de los dos libros que publicó fue por supuesto el que relata "Mes évasions" (Mis evasiones).
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