sábado, 2 de noviembre de 2013

Muestra El Resorte, Maldito. Por Margarita Wanceulen.





Sí, tú, muéstra el resorte. Sí, ese mediante el cual, te has servido en la vida, para hundir a los demás, para hacerles daño,para ningunearlos.
Tú que siempre habías sido un necio, tan simple, tan obtuso. Cómo pudiste llegar tan lejos, si ni siquiera en la infancia habías apuntado a lo alto, salvo para disparar a los pájaros, con aquellos dardos que fabricabas solo para destruir los nidos.

Sin deuda ninguna. Por Margarita Wanceulen.



Cuando nos presentaron, me extendió la mano y apretó la mía con fuerza. Sus rasgos y su porte parecían
indicar que era un experto hombre de finanzas.
Comenzó a hablarme del asunto que nos había llevado hasta él, a mi esposa y a mí. Mi cuerpo sudaba con
exageración, a pesar de que yo intentaba por todos los medios, transmitir una aparente serenidad.
La primera en hablar fue Cecilia, pobre mía, tan bondadosa, la madre de mis hijos y mujer de mi vida. Le
temblaba el labio superior cuando expuso nuestro problema a aquel director de banco: “ No podemos
pagar el préstamo de la hipoteca, señor, no, no es que no queramos, es que, como usted sabe, nos han
venido mal dadas las circunstancias y solo ingresamos el pequeño subsidio de desempleo de mi marido,
mire tenemos dos hijos y no podemos dejarles sin comer, usted me entiende, será padre también.”
“ Sí, sí, ya sé, pero el banco ha hecho todo lo posible y lo imposible para facilitarles el trance, y, ahora
mismo, ya saben cómo está todo, en fin,¿ me entiende? “

El rey del universo,María Inés Krimer


Amanda Cass




Duerme junto al hermano. El dormitorio tiene piso de madera y una ventana que no abre por el muro de colas de zorro. Dos camas gemelas con acolchados a cuadros. Una radio. Es un aparato con dial luminoso y aguja giratoria donde ella escucha Los Pérez García, que van por El Mundo a las ocho de la noche. Los  doce tomos de la enciclopedia Lo Sé Todo están ordenados en la repisa. Los libros encima del escritorio, junto con el Manual del Alumno de Kapeluz y El Estanciero.

jueves, 31 de octubre de 2013

Amor / Clarice Lispector


Un poco cansada, con las compras deformando la nueva bolsa de malla, Ana subió al tranvía. Depositó la bolsa sobre las rodillas y el tranvía comenzó a andar. Entonces se recostó en el asiento en busca de comodidad, con un suspiro casi de satisfacción. Los hijos de Ana eran buenos, una cosa verdadera y jugosa. Crecían, se bañaban, exigían, malcriados, momentos cada vez más completos. La cocina era espaciosa, la estufa descompuesta lanzaba explosiones. El calor era fuerte en el apartamento que estaban pagando poco a poco. Pero el viento golpeando las cortinas que ella misma había cortado recordaba que si quería podía enjugarse la frente, mirando el calmo horizonte. Como un labrador. Ella había plantado las simientes que tenía en la mano, no las otras, sino esas mismas. Y los árboles crecían. Crecía su rápida conversación con el cobrador de la luz, crecía el agua llenando el lavabo, crecían sus hijos, crecía la mesa con comidas, el marido llegando con los diarios y sonriendo de hambre, el canto inoportuno de las sirvientas del edificio. Ana prestaba a todo, tranquilamente, su mano pequeña y fuerte, su corriente de vida.

MIGUEL HERNÁNDEZ

El herido / Miguel Hernández


Para el muro de un hospital de sangre.

I

Por los campos luchados se extienden los heridos.
Y de aquella extensión de cuerpos luchadores
salta un trigal de chorros calientes, extendidos
en roncos surtidores.

La sangre llueve siempre boca arriba, hacia el cielo.
Y las heridas suenan, igual que caracolas,
cuando hay en las heridas celeridad de vuelo,
esencia de las olas.