“En el cielo no había una sola nube. Sin embargo, toda su superficie estaba cubierta por el lánguido y opaco velo típico de la primavera. Por encima de aquel velo borroso, el azul del cielo intentaba avanzar y extender sus colores. La luz del sol se derramaba en silencio a través del aire como una cascada de fino polvo y se apilaba en la superficie de la tierra sin que eso importase a nadie.
El viento tibio hacía vibrar la luz. El aire fluía despacio igual que unos pájaros que se desplazaran, en bandada, a través de los árboles. El viento se deslizaba por el suave declive verde que bordeaba las vías, cruzaba los raíles y atravesaba el bosquecito sin hacer temblar una sola hoja. El canto del cuclillo hendió la suave luz y su eco desapareció en las lejanas crestas. Las colinas se encadenaban unas a otras en múltiples ondulaciones y se ovillaban en la solana del tiempo como enormes gatos dormidos”