domingo, 15 de enero de 2012

Capítulo extraído de "La patria" de Federico Jeanmaire.






Hicimos el amor en la bañadera. Riéndonos. Jugando. Como mejor pudimos teniendo en cuenta que era la primera vez que lo hacíamos, que nuestros cuerpos no se conocían quiero decir, y teniendo en cuenta, además, las muy escasas dimensiones del sitio al que nos habían arrojado un par de extraordinarios errores en mi comprensión del inglés.

EL MAPA DEL AMOR.DYLAN THOMAS







Dylan Thomas - El mapa del amor
26 de agosto de 2010 por Isaías Garde ·
Archivado en Narrativa, Thomas Dylan
BIBLIOTECA IGNORIA
Traducción de Miguel Martínez-Lage
Imagen INGRID BAARS. http://ingridbaars.com/


Aquí habitan las bestias bifrontes, dijo Sam Rib. Señaló su mapa del amor, una cuadrícula de mares y de islas y de continentes abigarrados, con una selva tenebrosa en cada extremo. La isla bifronte, sobre la línea del Ecuador, se contraía al tacto como si fuera una piel afectada por el lupus, y el mar de sangre, en derredor, encontraba nuevo movimiento en sus aguas. La simiente, con la marea alta, rompía contra las costas escarpadas; se multiplicaban los granos de arena; se sucedían las estaciones; el verano, con ardor paterno, daba paso al otoño y a los primeros empellones del invierno, y así conformaba la isla sus recodos con los cuatro vientos encontrados.

Milan Kundera: De "El libro de los amores ridículos" (tercera parte)





15 de enero de 2012 por Patricia Damiano ·
Archivado en Kundera Milan, Narrativa
BIBLIOTECA IGNORIA


1
La manecilla del nivel de la gasolina cayó de pronto a cero y el joven conductor del coupé afirmó que era cabreante lo que tragaba aquel coche.
—A ver si nos vamos a quedar otra vez sin gasolina —dijo la chica (que tenía unos veintidós años) y le recordó al conductor unos cuantos sitios del mapa del país en los que ya les había sucedido lo mismo.
El joven respondió que él no tenía motivo alguno para preocuparse porque todo lo que le sucedía estando con ella adquiría el encanto de la aventura. La chica protestó; siempre que se les había acabado la gasolina en medio de la carretera, la aventura había sido sólo para ella, porque el joven se había escondido y ella había tenido que utilizar sus encantos: hacer autoestop a algún coche, pedir que la llevasen hasta la gasolinera más próxima, volver a parar otro coche y regresar con el bidón. El joven le preguntó si los conductores que la habían llevado habían sido tan de­sagradables como para que ella hablase de su misión como de una humillación. Ella respondió (con pueril coquetería) que a veces habían sido muy agradables, pero que no había podido sacar provecho alguno porque iba cargada con el bidón y había tenido además que despedirse de ellos antes de que le diera tiempo de nada.