miércoles, 11 de febrero de 2015

JORGE FERNÁNDEZ DÍAZ LA NOVELA NEGRA DESCRIBE LA POLÏTICA ARGENTINA


La balada del asesino triste y el cuchillo rojo Por Jorge Fernández Díaz | LA NACION opinión

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manuscrito
El tío de Ferdinand von Schirach era juez y había servido en la marina: una granada le voló el brazo izquierdo y la mano derecha. A pesar de esa horrible contrariedad, su señoría no se rindió, tuvo una larga carrera judicial y se hizo famoso por ser un magistrado sensible y justo. Le encantaba cazar en un pequeño coto. Refiere su sobrino que una mañana se metió en el bosque, colgó delicadamente su chaqueta en una rama, se llevó el doble cañón de su escopeta a la boca, apretó el gatillo con el muñón y se voló la cabeza. En una carta que le dejó a su mejor amigo, se excusaba por estar harto y le decía: "La mayoría de las cosas son complicadas, y la culpabilidad es siempre un asunto peliagudo".

Te amaré locamente (4 y final) Por Jorge Fernández Díaz | LA NACION


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 Un manipulador despechado es más peligroso que un tiburón toro, y exactamente a eso se enfrenta ahora Irene aunque no pueda imaginar todavía cuán creativo puede ser el resentimiento. Intimida pensar que la persona a quien le entregaste tu cuerpo, tus secretos y debilidades, y tu absoluta confianza se ha pasado con semejantes armas de destrucción masiva a las filas del enemigo.
Gabriel se muestra, por supuesto, asombrado y ofendido al saber que ella lo acusa sin pruebas de haberle arruinado el auto con líquido para frenos, pero ofrece a continuación los servicios de un mecánico que es un verdadero artista en chapa y pintura. Irene le grita cínico y le corta de golpe el teléfono. Llama a sus padres y hermanos, y corre hacia ellos en busca de ayuda, pero vuelve a encontrar cierta resistencia y un marcado escepticismo acerca de su separación, que consideran abrupta y un tanto paranoide. Aunque parezca lo contrario, a pesar incluso de que convivan en frecuentes fines de semanas y hasta en vacaciones enteras, los parientes suelen ver únicamente la exterioridad de las parejas, una versión tranquilizadora, pero fraudulenta: nunca somos los que somos en las reuniones. Y entonces cuando alguien anuncia un divorcio, lo primero que sucede es el estupor y lo segundo, la porfiada abogacía del diablo. Como la familia de Irene está particularmente encantada con el hechicero, la obstinación se torna aún más ardua. En un momento, ella incluso pesca a su padre hablando por celular con el arcángel. El tono es bajo, pero inequívoco: los dos hombres se refieren a ella como a una niña inmadura que debe ser cuidada de sí misma. Le cuesta mucho a Irene imponer su palabra entre su propia gente y también deshacerse de esa malla pegajosa que Gabriel sigue cosiendo a su alrededor. Dos semanas más tarde descubre que el arcángel los ha invitado a todos a su cumpleaños, que celebra en un resort con spa de la isla del Tigre. A veces la familia política del ex sobreactúa la diplomacia y la caballerosidad. Es poco propensa a la solidaridad parental, teme que el asunto sea temporario y reversible, y en el fondo no quiere ser confundida en el amasijo del desamor. Aspira a que el odio pueda volverse selectivo: el problema es con ella, pero a nosotros nos sigue teniendo aprecio, se ufanan.

Te amaré locamente (3) Por Jorge Fernández Díaz | LA NACION


http://www.lanacion.com.ar/1761100-te-amare-locamente-iii
 La nueva función trata sobre un hombre que se ha inmolado por amor, que se ha incinerado en ese fuego fatuo, que ha cometido pecados de obsesión y que ahora ruega se le otorgue una nueva oportunidad. Después de sentirse vigilada, manipulada y maltratada de diferentes modos, pero también tremendamente sola en el abismo que abrieron sus miedos y su propio enojo, echando de menos cada segundo sus manos y sus labios y su lenguaje benefactor, Irene acepta de nuevo a Gabriel y se dispone a meterse lentamente en aquel purificador lago de pirañas. El noviazgo recomienza con una larga celebración sensual y con un segundo viaje reparador a Angra dos Reis. En esas recurrentes playas ella vuelve a sentir la dicha y el magnetismo, y se avergüenza un poco por olvidar tan rápidamente los forcejeos y el espionaje.
De regreso a la realidad sobrevienen dos o tres meses de mar calmo, donde ambos se muestran muy cuidadosos. Recién cuando la herida parece haber cicatrizado, el arcángel se afloja y vuelve sutilmente a las andadas, pero más como un caballero filantrópico que como un carcelero. Hay un verbo y un sustantivo de raíz común y parentesco obvio; Irene pasa de uno a otro sin darse cuenta: es cautivada y pronto se sentirá una cautiva.

Te amaré locamente (2) Por Jorge Fernández Díaz | LA NACION


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Sólo una de sus cinco amigas íntimas se aviene a creerle, aunque justo esa dama solitaria es famosa por sus resentimientos y exageraciones, y también por una cierta desconfianza hacia los hombres brillantes: muchos de ellos le parecen manejadores o directamente psicópatas; tiene un escáner muy fino para detectarlos. Las otras amigas de Irene se limitan a relativizar los pecados de Gabriel, hechizadas como están por su personalidad. A ellas les suenan delirantes las quejas sombrías de la afortunada, aseguran que se ha vuelto insoportablemente quisquillosa, y conjeturan que el subconsciente le está boicoteando una felicidad servida. Aseveran incluso que esos celos masculinos son deliciosos y que aquel intento para sobreprotegerla es conmovedor: tienen a su lado novios o esposos indiferentes que no las registran y a quienes hay que arrancarles un elogio con tenazas. La resentida, en cambio, apoya a Irene en sus presagios, y la anima a desprenderse de las dulces garras del arcángel. Juntas deciden anotarse en un curso intensivo de francés que culmina con un viaje de diez días a París. Gabriel, al enterarse, pone el grito en el cielo, impugna a su compañera de travesía ("envidia nuestro amor y tira mala onda") y le parece intolerable que se separen tanto tiempo. Las dos mujeres estudian atentamente sus reacciones; Irene sólo pretende un pequeño escarmiento que lo coloque en su lugar y le cure la adicción a ser el comediógrafo permanente de la pareja. Acostumbrado a que se haga su voluntad, Gabriel pasa de la indignación a la tristeza, y practica el chantaje. Le cuesta a su enamorada resistir esa súbita victimización, está a punto de arriar las banderas, pero tiene una socia de carácter y el curso sigue adelante a pesar de los desplantes del galán, que comienza a agredirla verbalmente y a socavar su autoestima. Por primera vez la encuentra desarreglada y le critica la ropa, y cuando aparece con un vestido nuevo lo censura por insinuante y vulgar. Le hace escenas a diario por estupideces: ve amantes fantasmagóricos donde sólo hay personajes secundarios, y cuando logra asustarla o llevarla al llanto, llora él a su vez y pide perdón y se echa culpas. Por lo general, esas crisis desembocan en el sexo, que limpia las manchas y acalla las voces. La mujer es esclava de la tiranía de la piel, que todo lo justifica y borra.

Te amaré locamente (1). Por Jorge Fernández Díaz | LA NACION



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Después de ganar en tribunales un divorcio contradictorio, ya con ahorros en el banco y ganas de dejar atrás el dolor y darse algunos gustos, Irene convence a sus amigas de hacer un viaje de solteras y hospedarse en un lujurioso hotel de Angra dos Reis. Quieren el destino o el azar que también vacacionen en esas playas tres argentinos con similares ensueños. Uno ha sido traicionado por su mujer, otro actúa como ladero solidario y un tercero es el mecenas del olvido: se llama Gabriel y resulta ser el dueño de una agencia de turismo de Buenos Aires que contrata con asiduidad los servicios de ese paraíso, de manera que les ha conseguido prácticamente todo gratis a sus dos camaradas. Entre damas y caballeros hay bromas, sobremesas, paseos, deportes, coqueteos, caipiriñas, samba y bossa nova, pero a pesar de tantos amagos y oportunidades, sólo queda en pie un fugaz beso en los labios que Gabriel le da a Irene con un pie en el estribo. Ella ha quedado impresionada por la personalidad arrolladora del arcángel, y las promesas de verse en la patria se cumplen rápida y apasionadamente.

En la cocina del crimen por Jorge Fernández Díaz | LA NACION


Anticipo / Literatura de lo marginal
 Yo soñaba con ser un escritor popular. Tenía veinticinco años y sentía que había nacido en una época equivocada. Mi deseo íntimo consistía en emular los folletines del siglo XIX, los cuentos de Black Mask , las novelitas del Club del Misterio, las series de investigadores de la televisión de los años setenta, las pesquisas proletarias por entregas de Walsh, y el cómic narrativo y fordiano de Oestherheld. Imaginaba que había una especie de justicia poética en esos pasajeros que luego de leer vorazmente una pulp fiction en un viaje la arrojaban a un cesto de la basura o la abandonaban en el asiento para seguir con sus vidas. Prosa para el olvido que, sin embargo, era inolvidable.
Me parecía, en esos tiempos, que la literatura se podía crear en los márgenes. Y que esos márgenes no estaban, como se pregonaba, en las innovaciones estilísticas ni en las piruetas herméticas del lenguaje ni en las derivas de la trama, sino en los géneros menores: la historieta, el western , la aventura, el fútbol, la crónica policial y sobre todo, la novela negra. También creía que la literatura se engrandecía y legitimaba cuando llegaba al lector común, al hombre de a pie, a la infantería antiintelectual, al pueblo.

Alguien quiere ver muerto a Emilio Malbrán Por Jorge Fernández Díaz | LA NACION


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Anticipo. Literatura de lo marginal
1.
Nadie sabe a ciencia cierta cuándo comenzó a gestarse en la mente de Manuel Bórmida aquella idea. Los presos viejos de Sierra Chica explican filosóficamente que llegó como un príncipe, vivió como un perro y escapó como un tigre. Cuando la noticia recorrió los pabellones, encontró más gestos de perplejidad que de alegría. Algunos años después, un recluso verborrágico me develó el misterio: Había quien pensaba que la jugaba de buchón, señor. Y aunque nunca hubo pruebas, los muchachos se le fueron abriendo como a un leproso. Sus alicaídas acciones, en ese dudoso y contradictorio mercado, se pusieron bruscamente en alza al divulgarse los detalles de su proeza.
La reconstrucción periodística de los hechos -en la que participaron por igual amigos y enemigos- reconoce un punto inicial. Y ese punto se encuentra justo al final de aquel lóbrego corredor por el que caminaba despreocupadamente un oscuro guardiacárcel. La celda de Bórmida era apenas un sombrío rectángulo de paredes grises, catre desordenado y ventana de rejas. Una bolsa llena de arena colgaba de aquel descascarado techo y los puños enrojecidos descansaban sobre sus piernas. El empleado tiró de la pesada puerta de hierro y le dijo simplemente: Salí, che. Llegó el camión.