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miércoles, 11 de febrero de 2015

En la cocina del crimen por Jorge Fernández Díaz | LA NACION


Anticipo / Literatura de lo marginal
 Yo soñaba con ser un escritor popular. Tenía veinticinco años y sentía que había nacido en una época equivocada. Mi deseo íntimo consistía en emular los folletines del siglo XIX, los cuentos de Black Mask , las novelitas del Club del Misterio, las series de investigadores de la televisión de los años setenta, las pesquisas proletarias por entregas de Walsh, y el cómic narrativo y fordiano de Oestherheld. Imaginaba que había una especie de justicia poética en esos pasajeros que luego de leer vorazmente una pulp fiction en un viaje la arrojaban a un cesto de la basura o la abandonaban en el asiento para seguir con sus vidas. Prosa para el olvido que, sin embargo, era inolvidable.
Me parecía, en esos tiempos, que la literatura se podía crear en los márgenes. Y que esos márgenes no estaban, como se pregonaba, en las innovaciones estilísticas ni en las piruetas herméticas del lenguaje ni en las derivas de la trama, sino en los géneros menores: la historieta, el western , la aventura, el fútbol, la crónica policial y sobre todo, la novela negra. También creía que la literatura se engrandecía y legitimaba cuando llegaba al lector común, al hombre de a pie, a la infantería antiintelectual, al pueblo.

Alguien quiere ver muerto a Emilio Malbrán Por Jorge Fernández Díaz | LA NACION


http://www.lanacion.com.ar/1352422-alguien-quiere-ver-muerto-a-emilio-malbran
Anticipo. Literatura de lo marginal
1.
Nadie sabe a ciencia cierta cuándo comenzó a gestarse en la mente de Manuel Bórmida aquella idea. Los presos viejos de Sierra Chica explican filosóficamente que llegó como un príncipe, vivió como un perro y escapó como un tigre. Cuando la noticia recorrió los pabellones, encontró más gestos de perplejidad que de alegría. Algunos años después, un recluso verborrágico me develó el misterio: Había quien pensaba que la jugaba de buchón, señor. Y aunque nunca hubo pruebas, los muchachos se le fueron abriendo como a un leproso. Sus alicaídas acciones, en ese dudoso y contradictorio mercado, se pusieron bruscamente en alza al divulgarse los detalles de su proeza.
La reconstrucción periodística de los hechos -en la que participaron por igual amigos y enemigos- reconoce un punto inicial. Y ese punto se encuentra justo al final de aquel lóbrego corredor por el que caminaba despreocupadamente un oscuro guardiacárcel. La celda de Bórmida era apenas un sombrío rectángulo de paredes grises, catre desordenado y ventana de rejas. Una bolsa llena de arena colgaba de aquel descascarado techo y los puños enrojecidos descansaban sobre sus piernas. El empleado tiró de la pesada puerta de hierro y le dijo simplemente: Salí, che. Llegó el camión.