He conocido muchos hoteles misteriosos, pero los hoteles que a uno le resultan más enigmáticos son los de la propia ciudad. Aunque nunca fui, puedo soñar con ir a un hotel de China o de Egipto; me resulta mucho más difícil imaginar que duermo en un hotel en Buenos Aires. A veces miro a través del vidrio el hall de los hoteles de Callao o Avenida de Mayo, y pienso en los viajeros que llegan a la ciudad por primera vez, y les envidio esa mirada en la que todo está por estrenar.
Los hoteles, con su recambio de pasajeros, sus ruidos extraños, las vidas invisibles detrás de las paredes, siempre se han prestado para la ficción. Acostumbrado a la vida familiar, estar solo me parece una excentricidad que solo vivo cuando viajo. Son los hoteles en sí mismos los que me parecen el verdadero país extranjero, las puertas numeradas de una cultura exótica.
En cuanto a este cuento, lo escribí hace un par de años para el catálogo del Festival de Cine de Mar del Plata, que dirige el gran José Martínez Suárez. Al releerlo le hice cambios que alteraron por completo el sentido del cuento, espero que para mejor.