viernes, 30 de julio de 2021

Ciudad Santa. Guillermo Orsi

 




Lectura: "Ciudad Santa", de Guillermo Orsi.  Un crucero de lujo encalla en el Río de la Plata y miles de turistas con las billeteras llenas desembarcan en una Buenos Aires que se les abre como la boca de un lobo. Corderitos sacrificiales para los que manejan los bajos fondos de una ciudad que esconde la mugre entre bifes anchos, milongas embaucadoras y esquinas que mienten París. Como escribe Orsi: "una selva sin tarzanes, un jardín artificial en el que las rosas y los jazmines son de plástico, donde los ricos viven en barrios construidos sobre los escombros o sobre los muertos". En este escenario se cruzarán de manera salvaje los destinos de una abogada sacapresos, un policía solitario, un asesino con chapa, una reina de belleza boliviana, un gigoló paraguayo, un narco colombiano y un fantasmal amputador de cabezas. Personajes que bailarán tangos amargos y brutales, a veces con la vida, casi siempre con la muerte. "Ciudad Santa" tiene el ritmo, el pulso y la violencia de "Cosecha roja". Al igual que Hammett, Orsi  lanza una mirada desencantada sobre el sistema, se ríe de él, juega con los hilos que no se ven pero están y construye una historia que, como un cubo Rubik enloquecido, gira entre ejecuciones, secuestros, trampas, ajustes de cuenta, extorsiones y tiroteos. Intensa, oscurísima, "Ciudad Santa" es una referencia ineludible dentro lo mejor del género policial argentino del siglo XXI. Un dato: esta novela obtuvo el premio Dashiell Hammett en 2009 y nunca antes había sido publicada en el país.

José María Marcos. Ceguera


No habrá nunca una puerta. Estás adentro.

Jorge Luis Borges, Laberinto

 



Hoy estoy ciego, y si bien me es difícil hablar de felicidad, puedo decir que he alcanzado cierto grado de serenidad, y de satisfacción.

Durante largos años esperé esta ceguera, que de día es como una tela amarillenta, sucia, porosa, y sólo de noche, distante de cualquier simulacro del sol, es oscura como lo he deseado, no sé si con fervor pero sí con secreta desesperación.

Ya en la infancia sabía que era distinto a mis hermanos, a mis padres, a mis amigos. Mi aspecto era el de un niño común y corriente, desgarbado, solitario y asediado por constantes ataques de alergia. Lo diferente tenía que ver con algo que se manifestó una tarde en Hust, en la quinta de mis padres, y que sólo puedo expresar con torpes palabras.