Sí, tú, muéstra el resorte. Sí, ese mediante el cual, te has servido en la vida, para hundir a los demás, para hacerles daño,para ningunearlos.
Tú que siempre habías sido un necio, tan simple, tan obtuso. Cómo pudiste llegar tan lejos, si ni siquiera en la infancia habías apuntado a lo alto, salvo para disparar a los pájaros, con aquellos dardos que fabricabas solo para destruir los nidos.
Después de destrozarlos, contento, te embarrabas en el lodo, que era como tu natural elemento y, allá en el barro, asomaban tus ojos de larva de la fiera mezquina que siempre ha habitado en ti.
Hay que temerte. Sobre todo porque no te muestras tal como eres. Por eso, aquella tarde de invierno, en que ella mecía a vuestro hijo, no esperaba el golpe. No lo esperaba. Sencillamente porque tú, la mayor parte del tiempo, habías estado ocultando tu rostro. La habías engañado.
Os conocisteis una noche en aquella fiesta a la que nadie te había invitado. Pero tú no medraste ante la ocasión, oteaste el terreno y te colaste cuando nadie te observaba.
Entonces apareció ella, tan guapa, tan joven, con un alma cristalina que le asomaba por los ojos.
Adivinaste pronto a la víctima propiciatoria y la engatusaste con tus malas artes de seductor barato. Acabó cayendo en tu red, os casasteis pronto y ya desde el principio, comenzó a cambiar tu comportamiento. El trato sutil, refinado, se tornó cada vez más, en martirio, en crueldad, en maltrato.
Entonces, ocurrió lo que ocurre siempre. La víctima lo oculta, no percibe del todo el engaño. El príncipe azul ya no existe, se esfumó y en su lugar, un ogro huraño aparecía a cada rato.
Ella no lo contó, soñaba con poder cambiar la situación algún día y recuperar a aquel hombre que se mostraba tan bueno al principio, ese ser maravilloso del que ella se había enamorado.
Por eso no esperaba el golpe. Ese golpe seco, brutal, que haría que engrosara una de las listas más negras y dolientes de la realidad con la que nos enfrentamos cada día: La de las víctimas de la violencia machista, también llamada de género.
Margarita Wanceulen.
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