Me cuesta cada vez más salir a la calle, vestirme, ponerme agua en el pelo y ver la luz del sol. Salgo solamente para viajar muy lejos o para almorzar con Altuna. Ahora mismo (es jueves a la tarde) vengo de uno de esos almuerzos, después de un par de meses de interrupciones. Y lo confirmo: salir a la calle tiene sentido si es para volver a Buenos Aires o para charlar con Horacio.
Son almuerzos semanales que se nos hicieron costumbre a finales de 2011, cuando hicimos, a dúo, una serie de historietas de verano para la revista Viva. El verano duró tres meses; en cambio los almuerzos semanales se hicieron necesidad.
Paga una semana él, una semana yo. Entrada, primer plato, postre y café. El café en las mesitas de afuera, para que yo pueda fumar. Siempre vamos al mismo restaurante y nos sentamos en la misma mesa. Lo increíble del asunto es que yo voy con ganas, permanezco con ganas durante el almuerzo, y me retiro mejor de lo que entré.
Parece una estupidez, pero no deja de sorprenderme que, a esta edad, me pueda pasar algo así.
Y lo más sorprendente es que, en la sucesión de estos almuerzos, Horacio se fue desdibujando como el autor admirado de mi adolescencia y juventud. Cuando charlamos, no solo pierdo de vista que es dibujante: pierdo de vista que es «ese» dibujante. No sé si lo estoy explicando bien, porque es una sensación extraña.
Cuando estábamos haciendo la última Orsai se lo intenté explicar a Chiri en una sobremesa; él me estaba hablando de Horacio:
—Mirá si de chicos —me decía Chiri—, cuando leíamos «Las puertitas del señor López», o incluso «El loco Chávez» en el diario, hubiéramos sabido que muchos años después trabajaríamos con él.
—Yo lo veo todavía más increíble, pero desde otro lugar —le decía yo—. A Horacio lo conocimos cuando empezábamos con Orsai, y con el tiempo nos fuimos haciendo amigos. De hecho, cuando ustedes se volvieron a Argentina Horacio los extrañó mucho, cada vez que viajo a Buenos Aires él manda saludos y los recuerda con intensidad. Pero yo me quedé en Barcelona…
—…y lo ves mucho más seguido.
—Claro. Nos juntamos siempre. Y en un punto, en mi cabeza, Horacio empezó a cumplir una función paternal para mí. Pero no lo digo en un sentido metafórico, ni artístico. Para nada. Lo digo literalmente: pude volver a hablar de Racing, o del Barça, o de la vida, como hablaba con mi papá cuando estaba vivo.
Ahí está. Esa es la sensación: como revivir una paternidad en la amistad con otra persona. Es algo dificilísimo de encontrar, y sobre todo es algo que no tenía previsto que pudiera ocurrirme después de traspasar la recta de los cuarenta años. Una yapa valiosísima.
La mayoría de las veces es falso cuando uno dice que ha conseguido «hablar de la vida». Sin embargo esa frase hecha, torpe y manoseada, se convierte en un subtítulo eficaz de esos almuerzos.
Es una maravilla poder encontrar, a esta altura, una persona con la que se pueda conversar de verdad, donde la charla fluya sin que haya que remar, sin que el músculo abductor de la mandíbula se resienta por caretear sonrisa.
Es un alivio poder picotear todos los temas y aprender, escuchar y aprender de gente que sabe mucho más que uno, pero que además es hincha de Racing, lo que le da a todo lo conversado una pátina de dulce resignación.
Durante el verano que empezamos estos almuerzos, que nacieron como «de trabajo», teníamos que pensar tramas para doce historietas autoconclusivas.
A veces usábamos las páginas para hacerle guiño a los amigos, como cuando Chiri y su familia se mudaron de nuevo a Argentina. Horacio les dibujo este regalo, escondido en una historieta:
Si bien eran reuniones de trabajo, y muchas veces a contra reloj, nos costaba una barbaridad concentrarnos, porque la conversación se disparaba para otros rincones.
Excepto una vez.
Horacio llegó a comer con una idea que se le había ocurrido en el tren, y nos pasamos las tres horas de almuerzo sacándole punta a ese hueso. Fue la única vez que no interrumpimos la tarea para hablar de otras frivolidades.
Obviamente es el cuentito que más me gusta de los que hicimos, porque trasladamos sin darnos cuenta ese «hablar de la vida» al cuaderno de trabajo.
Para festejar que hoy empezaron otra vez mis almuerzos con Horacio, llegué a casa y busqué esa historia para publicarla acá. Se llama «Toda la vida». Ojalá les guste.
«Toda la vida»
Horacio Altuna y Hernán Casciari
Esta historieta apareció en la revista Viva de Clarín el tercer domingo de febrero de 2012. Es la novena entrega de la serie «Verano», de Altuna y Casciari. Se puede descargar el PDF (31.1 megas).
Hernán Casciari
Jueves 8 De Mayo, 2014
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