lunes, 11 de mayo de 2020

El cuello grande del cisne. Gonçalo M Tavares



Un cuello grande puede volverse violento, es una agresión a las ilustraciones el cuello grande, ¿entiendes? Pocas imágenes perturban más que la de un cisne con la cabeza separada del cuerpo, pero con las dos partes aún allí, visibles.
—¿Qué quieres? No puedes ni prohibir animales con cuello largo ni la debilidad. La debilidad es una invitación a los fuertes, ¿pero qué quieres hacer? Hazte fuerte y aún más fuerte, y basta. Evita el cuello largo. Cuando tu cuello comience a alargarse, córtalo.

Entré en la casa. Un piano sin muchas teclas, algunas aún producen sonido, pero la voz de un animal herido es diferente.
—Este piano ya no puede tocar.
A los animales (como a los hombres) cuando están cerca de la muerte se les pone la voz semejante a la de sus padres. Asusta, pero es algo bueno. Puedes tener alas detrás de la espalda y fingir que eres un ángel. Pero serás enterrado igual.
Es otra violencia de la que a veces me acuerdo: la idea de un hombre viejo y desnudo y muerto a quien le pusieron dos alas de ángel en la espalda, alas de ángel hechas de cartón, pintadas de blanco, y aún veo ese cadáver siendo colocado en un ataúd y después las palas tirando tierra por encima.
O esta otra: el cadáver de un hombre desnudo, tumbado en una camilla de hospital, en un pasillo.
Alguien (¿una enfermera?) le colocó en la espalda unas alas de ángel, blancas. Para que no las partiera alguien giró el cuerpo de espaldas hacia arriba y, ahora, quien pasa por el pasillo del hospital ve la espalda de un hombre, y las nalgas, las piernas, pero la espalda casi no la ve porque el cadáver tiene unas alas de ángel sobre la espalda.
Mira esto: nadie lo tapa, ¿y por qué nadie lo tapa? Es ridículo, estamos en un hospital, ¿por qué nadie lo tapa? ¿Con una sábana? Nadie lo ha tapado.
Y mira esto: imagina que todos los empleados y los médicos se encuentran ocupados, apresurados, en tareas para retener a algunos vivos un poco más entre los vivos, y allí hay un cadáver, se acabó, yo trabajo para los vivos, no trabajo para los muertos.
Y mira esto, intenta mirar: las personas pasan de un lado a otro, y nadie parece mirar, nadie toca (pero tú mira), nadie cambia nada, y el cadáver se queda allí, aquel día y la noche, y otro día y otro día, y entonces el cadáver comienza a oler. Comienza a oler y tiene alas de ángel, blancas, y el color del cuerpo comienza a cambiar. Se ve el culo del hombre, el cadáver con el culo hacia arriba como duermen algunas personas, como algunas mujeres fingen aún dormir, así, en esa posición, por la mañana, pero para provocar a su hombre, mi culo hacia arriba para seducir a mi hombre. La sábana por la mitad, no podemos mostrar todo, media nalga a la vista, el resto tapado, pero la media nalga –fingiendo que duerme– atrae, provoca a su hombre. Pero allí no. No hay sábana ni estrategia, las dos nalgas se ven, una y otra, y el hombre murió hace tres días y permanece en el pasillo del hospital. ¿Quién le puso las alas? Los amigos no ponen alas, una mujer enamorada no pone alas, aferra el cuerpo, solloza, se rebela contra Cristo, pero no pone alas. ¿Entonces quién?, ¿las enfermeras?, ¿un médico?, ¿alguien que quiere jugar al arte con un cadáver?, ¿quién?
Pero escucha esto, por favor, mira esto: tenía alas de ángel, pero ya olía, ya olía demasiado.

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