martes, 24 de junio de 2014

ENSIMISMARSE Y DESENSIMISMARSE




Cuando conseguí salir de mi ensimismamiento,para volver a la realidad, me encontré que estaba al principio de la calle Fuencarral, casi en la esquina con la Gran Vía. Supuse que la habría recorrido entera, como mínimo desde la glorieta de Bilbao. Llovía suavemente, pero yo llevaba paraguas, bastante viejo, aunque en buen estado. Seguí por Montera en dirección a sol. La lluvia no impedía a las tristes putas sujetar paredes, con los tacones, o con las nalgas. Un camión de bomberos subió con las sirenas puestas por la calle en dirección a Gran Vía. No había incendio alguno, quizás era tan solo un simulacro, o ganas de matar la tarde del sábado. Todos nos apartamos. Llegué a Sol. Allí era donde iba a coger el tren. Al llegar a la boca de acceso al tren y el metro, entre la calle de Alcalá y la Carrera de San Jerónimo, sentí cómo la gente se aglomeraba bajo cubierto, nadie había previsto la lluvia, nadie quería mojarse y, por tanto, salir fuera de aquellos escasos cinco metros cuadrados a resguardo. No podía acceder. Me abrí paso como pude.
En la entrada un joven negro vendía paraguas a cinco euros, pero solo gritaba: «ombrela, ombrela, ombrela». Sonreí pensando en aquel precioso híbrido de italiano ombrello e inglés umbrella, pero que resultaría incomprensible al monolingüe español. Accedí al tren. Avisaron la salida del mío a Aranjuez en un minuto. Corrí como un desesperado saltándome los escalones de dos en dos, hasta que conseguí aposentarme en un asiento mirando al frente, como a mí me gusta. No pude evitarlo, en cuanto se me pasó el estrés, volví a ensimismarme, mecido por el movimiento casi de cuna del tren corriendo por los raíles... De repente, justo antes de ensimismarme, noto que alguien intenta robarme el móvil. Pero yo no tengo móvil. No tengo nada, aunque sí tengo miedo de que, mientras esté ensimismado, alguien me robe el cuerpo y entonces no sé cuánto tardaría en darme cuenta, porque tampoco sé cuánto tardaría en desensimismarme y no sé cómo resultaría desensimismarme sin el cuerpo... Me da miedo pensarlo, por eso, mejor me ensimismo.

Frantz Ferentz, 2014

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