Voy a cumplir cuarenta. Lo escribo así, de sopetón, para que se asusten los lectores jóvenes. La famosísima crisis es inminente. En las vísperas redondas (los veinte, los treinta) me pregunté siempre lo mismo: ¿cómo se esquiva una crisis que acecha? Cuando estaba a punto de cumplir los treinta cambié de país, de siglo y de estado civil. Hice todo eso nada más que para distraer mi crisis. Ahora viene otra, más intensa, y algo tendré que hacer. Un volantazo fulminante que me haga olvidar lo más terrible: que quedan diez años menos.
Cuando me llegaron los treinta pasaron un montón de cosas que distrajeron mi crisis: cambió el milenio, cayeron las torres, me subí al último avión de fumadores y pasé mi primer fin de año con nieve. Conocí a Cristina y supe que me iría a vivir con ella. Me convertí en un inmigrante y dejé de escribir literatura analógica. Perdí mis códigos y mi jerga. Probé la horchata y el hachís. Le enseñé a mis padres a instalar un messenger y a usarlo cada día. Entendí, como pude, los beneficios y las contras de internet, esa confusión gigantesca que empezaba a mostrar las uñas. Y sin entenderlo del todo me puse a escribir allí, en ese reducto nuevo, sin esperar nada.
Entonces todos pestañeamos y, a la velocidad de la luz, pasó la primera década del siglo. El uno de enero de 2011, justo a la hora de los fuegos artificiales, hará diez años que estoy fuera de casa, y diez que escribo, en directo, mis obsesiones.
En esa década nació mi única hija y murió mi único padre. Y también se empezó a cumplir —como por arte de magia— el mayor sueño de mi adolescencia: vivir solamente de escribir, y escribir únicamente lo que se me antoja. (Para que me entiendan los capitalistas y las señoras de batón color morado: escribir como si fuera un juego público, y cobrar como si fuera un trabajo privado.)
Se cumplió ese sueño sin una búsqueda ordenada ni voluntaria del sueño; una cosa muy extraña. Los que han leído Orsai desde el principio saben que en estas páginas no hice más que hablar de tres antojos, de tres obsesiones que me nacieron con la década: los cambios absurdos en la sociedad moderna, la hipocresía en las relaciones interpersonales y la añoranza exagerada de un tiempo anterior o de un sitio lejano. Nada más que eso me obsesionó en los últimos diez años. Y todo quedó plasmado en este blog y en tres libros de papel que recopilan el ochenta por ciento de este blog.
Es verdad: hace doce meses y tres días que no escribo una línea. El último año de esta década hice silencio porque Chiri —por fin— se instaló en el pueblo, con su mujer y sus dos hijos, y tuvimos que ponernos al día. Hubo que volver a aceitar la cotidianeidad después de tanto tiempo.
El Chiri Basilis es mi mejor amigo desde la comunión. Y cuando me vine a España en el 2000, Chiri tardó ocho años en mudarse también. En 2009, gracias a una historia que es un cuento aparte y que un día de estos contaré, se instaló con su familia a cuatro cuadras de casa. La noche que llegaron preparé una cena muy rica, después las mujeres y los niños se fueron a dormir y nosotros nos prendimos un porro y empezamos una sobremesa variada, muy intensa, que terminó anoche a las cuatro y diez de la madrugada.
Por eso no escribí durante todo este año; estábamos charlando.
*
La primera vez que conversamos sobre hacer una revista estábamos en sexto grado. Chiri y yo teníamos once años y era 1982. Hicimos la revista. Se llamó Las Cloacas y estaba escrita a máquina. Las ilustraciones eran nuestras y de la marca Bic. Los reportajes y los textos, propios. Salíamos a la calle con un grabador gigante y le preguntábamos a los vecinos qué piensa usted sobre Margaret Thatcher. Desgrabábamos por las tardes. Diseñábamos en los recreos. Finalmente, imprimimos ocho páginas dobladas. Hicimos veinte fotocopias, las abrochamos y la repartimos en el aula.
La crítica fue indiferente.
Desde ese año, y hasta el final de la secundaria, hicimos una revista nueva cada doce meses. Neo Generis fue la más intelectual (en segundo año de secundaria), porque tambien íbamos creciendo en rebeldía y en recursos. Pasamos por el carbónico, la fotocopia, el mimeógrafo y la máquina de escribir eléctrica; en quinto año usamos por primera vez la imprenta para hacer la portada. La revista se llamaba Kraño y en la nota central denunciamos que el director del Colegio cobraba un sobresueldo como profesor, cuando estaba prohibido ocupar dos cargos educativos a la vez. Por ese motivo, o quizá porque me llevé doce materias a marzo, nunca terminé el secundario. (Chiri sí, porque tiene cara de bueno.)
Cuando cumplimos dieciocho nos fuimos muy ansiosos a Buenos Aires para estudiar periodismo. Yo aguanté seis meses en el Círculo de la Prensa diciendo que ya traería el certificado de secundario completo. Las secretarias administrativas me perseguían por los pasillos pidiendo que completara la inscripción. Estuve careteando bachillerato en las aulas hasta que un día cruzaron la información con la Escuela Normal y supieron que me quedaban muchas materias por rendir, y me tuve que ir del Círculo de la Prensa. (Chiri también se fue, por corporativismo o amistad.) Las reglas de la formación profesional suelen ser ridículas: no nos dejaban estudiar periodismo porque en la escuela, en vez de aprender matemáticas, nos pasábamos las horas editando revistas.
Expulsados de las aulas terciarias por culpa de un sistema educativo torpe, en los noventa no tuvimos más opción que drogarnos como escuerzos. Pero incluso muy perjudicados, muy ojerosos, hacíamos revistas. Una vez, en el noventa y cinco, Chiri se fue tres meses a las playas de San Clemente, solo, en invierno, a buscar su destino americano. Nos pidió que no lo visitáramos ni lo llamáramos. Pero a la mitad de su viaje, con María (la que más tarde sería su mujer) le hicimos una revista con noticias del mundo real y se la mandamos. La revista se llamaba Generación Espontánea y traía los resultados del póker de los jueves en los que él no estaba, daba cuentas del crecimiento de las plantitas de porro que crecían en nuestros balcones y tenía una publicidad a página completa financiada por la madre de Chiri, que decía: Nene, abrigate. Y abajo, en tipografía menor: Mary Basilis, 25 años pensando en usted.
Con viento a favor o en contra, nunca dejamos de hacer revistas, escribir cuentos y trabajar en gráfica, incluso viviendo ya en ciudades diferentes. Cuando en el año 2000 me fui de Argentina, sin saber que sería un viaje sin retorno, teníamos en mente alguna revista nueva. Pero ahí se cortó el sueño editorial. Y empezó otro siglo. Chiri, ya casado y viviendo en Luján, puso una librería hermosa, romántica y sin embargo rentable; yo, instalado en Barcelona, escribí cuentos online.
De todo eso hablamos en el reencuentro, durante la larga sobremesa que duró desde septiembre de 2009 hasta hace un rato. Hablamos y hablamos. Noches enteras tanteando nuestras evoluciones personales hasta confirmar que manteníamos el mismo sueño de la infancia: hacer una revista y divertirnos como chanchos.
Por eso anoche, en mitad de la madrugada, después de un silencio que hicimos el esfuerzo para que fuera legendario, Chiri preguntó:
—¿Pero qué revista haríamos hoy, en este tiempo, con la edad que tenemos, con estos recursos?
Y entonces descubrí, abriendo los ojos como el dos de oro, que la única manera de saberlo era volver al sueño y cumplirlo.
*
Y así es como (palabras más, palabras menos) Orsai se transformará, el día sábado uno de enero de 2011, en el exacto momento que cambie la década, en la revista Orsai. Y este blog se convierte, desde hoy, en el detrás de escena, en el backstage de ese sueño gráfico que vamos a componer a mano, como en los tiempos analógicos, pero con edades y recursos avanzados.
Por primera vez en nuestras vidas, y de pura casualidad, podemos pasar por encima del único escollo complicado de las aventuras editoriales: la inversión. Gracias a Antonio Gasalla, que cada noche se disfraza de Mirta Bertotti en los teatros de Argentina, nos podemos gastar el montonazo de plata que cuesta el sueño. Porque en realidad hay una utopía detrás de todo esto, un objetivo que se puede resumir en el siguiente dodecálogo para la construcción de una revista imposible:
- No tendrá publicidad, ni subsidios privados o estatales.
- Tendrá la mejor calidad gráfica del mercado.
- Prescindirá de todos los intermediarios posibles.
- Tendrá una versión en papel y otra, dinámica, para tablets.
- Escribirán y dibujarán únicamente personas que admiremos mucho.
- Llegará en menos de siete días a cualquier país del mundo.
- Será trimestral y tendrá más de doscientas páginas.
- En cada país costará lo que un libro (gastos de envío incluidos)
- Contará con un capital inicial de cien mil euros.
- La plata la ponemos nosotros, porque el sueño es nuestro.
- Si salvamos la inversión, somos felices.
- Si no salvamos la inversión, nos chupa un huevo.
Nuestra obsesión, de ahora en más, es demostrar que no hay crisis editorial ni económica, sino moral. Lo que hay son medios tradicionales que piensan nada más que en el dinero y se cagan en el lector, lo arrinconan y lo vician de mentiras y de engaños. Nuestro antojo es un medio de comunicación humano, honesto, de una transparencia obscena, un medio gráfico que den ganas de recibir por abajo de la puerta, pero ganas en serio. Como recibíamos en los ochenta y los noventa las revistas que nos gustaban. Y que murieron. Todas murieron.
¡Ah, poder hacer un medio sin pensar si Fundación Banco Montoto pagará o no lo que nos debe por el auspicio de la contraportada! Ése es el sueño. No pensar en las mafias de la distribución, porque eliminamos intermediarios. No pensar en recortes presupuestarios, porque hemos decidido ponerla toda, porque a esa plata la hicimos jugando, y porque no queremos duplicarla ni encanutarla. Queremos seguir jugando.
Hoy abro Orsai después de un año porque estoy inquieto y ansioso, necesitado de escribir. Quiero empezar a contar los detalles de esta nueva obsesión que surgió en aquella sobremesa: la construcción de un medio de comunicación que haremos desde el jardín de casa, en piyama, mirando la parra.
Retomo Orsai para dejar constancia de que ya no añoro un sitio lejano ni un tiempo que pasó, que no es más ésa la zanahoria de mi burro. Me comí la zanahoria, o me comió el burro, no importa; lo que importa es que ya no es mi obsesión, porque la pude escribir a tiempo. Y porque después llegó Chiri y este pueblo de la montaña catalana se convirtió otra vez en Mercedes y nosotros, de nuevo, en chicos de sexto grado.
Vuelvo a Orsai, lo abro de un modo semanal y permanente, para inaugurar el antojo de una revista imposible, para festejar nuestros cuarenta años —Chiri los cumplió este mes, en marzo yo— y para matar a volantazos la crisis que nos espera.
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