A mitad del período de entreguerras, los padres que en su propia infancia habían sido formados con rigor eduardiano eran propensos a darles un tono categórico a preguntas muy simples: “Porque lo digo yo” era la respuesta a “¿Por qué?”, y la respuesta de un niño a “¿Qué te acabo de decir?” pocas veces podía ser distinta a “Que no” –que no digas, hagas, toques, saques, salgas, discutas, rechaces, comas, levantes, abras, grites, pongas mala cara, se te vea enojado–.