sábado, 16 de mayo de 2009

EL PRESENTE DEL FASCISMO


EL Presente del fascismo: "¿Qué hacer con sus edificios?"

En principio parecería haber sólo dos formas de enfrentarse a un edificio nazi: derribarlo o conservarlo. Sin embargo, las intervenciones artísticas surgen como una alternativa simbólica para no olvidar el pasado sin dejar de mirar al futuro. Aquí, el testimonio de una experiencia.

Por: Hito Steyerl*
UNA RESPUESTA. La instalación de Hito Steyerl en los edificios Brückenkopf, en Linz (Austria. Permanecerán intervenidos hasta el 31 de diciembre del 2009. ¿Y luego?
En realidad, ninguna de las dos posibilidades originales es viable. Dejar semejante edificio tal como está significa estar implícitamente de acuerdo con su estética y su mensaje político. Por otra parte, derribarlo supone borrar un testimonio de un período histórico del que muchos - por diferentes razones-prefieren hacer caso omiso. Derruirlo no sólo equivale a quitar importancia a la historia fascista sino que - de modo más importante-minimiza su legado en el presente. ¿Echarlo abajo o conservarlo? Las dos opciones son pésimas. ¿Y entonces qué? Analicemos una obra de arte que he instalado hace poco en Linz, El edificio, en los edificios Brückenkopf.

Construidos entre 1939 y 1942, constituyen uno de los pocos proyectos que llegaron a realizarse de los ambiciosos planes urbanísticos de Hitler para Linz. Es sabido que Hitler intentó convertir la ciudad en una capital cultural de la Europa fascista. Linz iba a albergar un museo de arte (con contenidos en parte procedentes del saqueo de los territorios ocupados o arrebatados a colecciones judías) y otras instituciones culturales. Sin embargo, a medida que avanzaba la Segunda Guerra Mundial, esos esfuerzos urbanísticos quedaron paralizados. Sólo se completaron unos pocos de todos aquellos edificios grandiosos; entre ellos, una oficina de Hacienda bastante anodina en la principal plaza de la ciudad. Construidos en un estilo híbrido barroco-administrativo, el diseño es obra del arquitecto bávaro Roderich Fick, cuyo nombre es sinónimo del programa estético de nacionalsocialismo: pomposamente germánico y, a la vez, obsceno y ridículo.

Cuando Linz fue nombrada capital cultural de Europa para el 2009, los comisarios Martin Heller y Ulrich Fuchs decidieron enfrentarse a esa herencia nazi. Tras un concurso, me encargaron que concibiera un proyecto para esos edificios, que habían acabado por fundirse casi a la perfección con el paisaje urbano. Ya nadie se fijaba en su presencia. Se habían normalizado por completo.
Mi propuesta: arrancar algunas partes del revoque de la fachada y mostrar los ladrillos para llamar la atención sobre la realidad material de la construcción. En febrero del 2009, tras muchos debates con los conservadores, se cinceló un gran dibujo en la fachada que daba a la plaza principal. Ahora bien, ese dibujo no es resultado de un proceso aleatorio de destrucción, sino que condensa la investigación histórica realizada en torno a los edificios. Se investigaron varias cuestiones clave (una labor realizada sobre todo por el historiador Sebastian Markt): ¿Quién construyó los edificios Brückenkopf? ¿Quiénes fueron los obreros? ¿Qué materiales se utilizaron? ¿Quién había vivido ahí antes?

Tras una investigación bastante laboriosa, empezaron a surgir varias historias. Por ejemplo, la suerte de la familia judía Samuely, que había vivido en el lugar antes de 1938. De los cincos miembros de la familia, tres se dispersaron a causa del exilio y dos fueron asesinados por los nazis. El padre, Emil, consiguió abandonar Austria en el barco de vapor Schönbrunn tras pasar un tiempo internado en los campos de concentración de Dachau y Buchenwald. Descendió por el Danubio y cruzó el Mediterráneo junto con otros 3.800 judíos. Al final, consiguieron llegar a Haifa. Sin embargo, las autoridades británicas no les permitieron desembarcar y quisieron enviarlos a diferentes colonias para no alentar la inmigración ilegal. En señal de protesta, la organización Haganá colocó una bomba en uno de los barcos, pero se calculó mal la cantidad de explosivos, y murieron unas 250 personas. Posteriormente, Emil Samuely fue deportado a un campo de internamiento británico en la isla Mauricio, donde pasó el resto de la guerra. Samuely no regresó a Linz, a diferencia del Schönbrunn,que se encuentra hoy anclado en el Danubio, justo enfrente de los edificios Brückenkopf. Su mantenimiento corre a cargo de un grupo de cordiales entusiastas tan poco conscientes del suplicio de Emil Samuely como el resto de habitantes de Linz.

Otra de las muchas historias que apareció durante la labor de investigación: según un extendido rumor, en la construcción de los edificios Brückenkopf se utilizaron piedras procedentes de las canteras del campo de concentración de Mauthausen (situado cerca de Linz). Miles de prisioneros murieron en esas canteras. El granito que extrajeron se integró en diferentes construcciones de Linz, Nuremberg y Berlín, donde en su mayor parte pasa inadvertido. El historiador Markt encontró a un antiguo cantero que logró identificar muchas de las piedras. Sin embargo, el vínculo más escalofriante con Mauthausen se refiere a los accesorios interiores del edificio. En 1948, se sacaron los radiadores del campo para reinstalarlos en Brückenkopf. No había radiadores en los barracones de los prisioneros, por supuesto, pero el campo disponía de algunos; por ejemplo, en el burdel situado en su interior. Puede que aún calienten esos edificios.La investigación histórica constituyó la base para la intervención en la fachada de los edificios. En ella se superpusieron y cincelaron las rutas de la deportación, el exilio y el desplazamiento de varias personas relacionadas con el edificio. A lo largo de varios días, se fue arañando y marcando lentamente en la superficie un dibujo que expone y a la vez inscribe ese contexto de trabajos forzados, desplazamientos y políticas fascistas de exterminio. El dibujo puede contemplarse desde el otro lado de la plaza; en la planta baja del edificio, unas videoinstalaciones narran las historias de la familia Samuely y de otros protagonistas. Las líneas abstractas y las historias concretas presentan diferentes versiones del mismo material documental. Con ello, el edificio es desconstruido, expuesto y, al mismo tiempo, dejado estructuralmente intacto. Su mensaje queda negado; aunque la estructura no sólo se ve purgada o limpiada, ya que eso habría replicado sin más un gesto fascista de borrado.

Como era de prever, la obra suscitó reacciones intensas. Al fin y al cabo, se trata de Austria, donde los populistas de derecha obtienen una y otra vez un tercio de los votos. El Partido de la Libertad protestó contra la obra de arte; sin embargo, también muchas personas salieron en su defensa.
¿Significa todo esto que la arquitectura fascista no debería derruirse nunca? No. Después de todo, nadie la necesita. Ahora bien, no habría que hacerlo hasta agotarla como depósito de huellas; no antes de leerla como documento que condensa las tensiones históricas, como testimonio que nos cuenta tanto del presente como del pasado.

Existe en la actualidad un debate en torno al futuro de los edificios Brückenkopf. La academia de arte local se hará cargo del espacio; y son muchos los actores y funcionarios municipales partidarios de coronarlos con remates luminosos al estilo de Las Vegas. De ese modo, respondería a la arquitectura posmoderna que caracteriza el reciente auge inmobiliario de Linz en el ámbito de los museos y las instituciones culturales. La retórica de los sectores culturales y creativos se vería injertada en la vieja estructura fascista. Imaginemos el resultado: un centro posindustrial de creación y producción artística que rebosa de la fuerza productiva de la imaginación, que emite coloridos rayos de luz por encima del Danubio... y que todavía está calentado con radiadores de un campo de concentración.

¿Cómo vamos a enfrentarnos con ese edificio nazi? No hay una solución sencilla al problema que plantea, pero al menos podemos exponer de modo radical el dilema.

Hito Steyerl (Munich, 1966) es autora de videos documentales, entre los que destacan 'November' (2003) y 'Lovely Andrea' (2007) con los que ha participado en numerosas exposiciones. Recientemente ha publicado un libro que recoge sus ensayos, 'Die Farbe der Wahrheit' (El color de la verdad, Turia + Kant, 2008)
TRADUCCIÓN: JUAN GABRIEL LÓPEZ GUIX
(c) La Vanguardia y Clarín


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