De entre lo mejor de la temporada editorial destaca el regreso a las librerías, y al español, de Saul Bellow. Arrinconado en el desván de viejas ediciones de los años setenta y ochenta, Bellow era inconseguible. Random House Mondadori ha reeditado en su colección Debolsillo buena parte de sus novelas y sus cuentos. Las traducciones al español repiten, por desgracia, los mismos hispanismos insufribles con que algunos lectores nos torturamos en los remotos años ochenta; a cambio, tenemos de nuevo a Bellow en ediciones asequibles. Peor es nada.
Al mismo tiempo, ediciones Alfabia ha publicado las Cartas de Bellow, un grueso volumen que ocupa más de 40 años de correspondencia con su familia, sus editores, sus amigos y sus amigos literarios. Entresaco de esta edición cuatro cartas y una recomendación, muestras de la prosa de Bellow y de algunos momentos de su vida.
Las Cartas de Bellow: temperamento, crítica, amor, amistad, éxito, novelas, astucia literaria, pleitos, envidias. No le falta nada a este volumen extraordinario que contiene, además, la preceptiva narrativa de Bellow, sus gustos, su lectura, sus influencias y, sobre todo, el registro de una vida dedicada a la literatura.
Bellow nació en 1915 y murió en 2005. En 1976 obtuvo el Premio Nobel. Cuando murió escribí en estas páginas que el río narrativo al que Bellow dedicó 50 años de escritura sin pausa se inició en 1944 con Dangling Man y terminó en las profundidades de Ravelstein en el año 2000 (http://www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=660148). La primera es una novela breve escrita como un diario personal. Joseph, un historiador desempleado, mantenido por su mujer, indaga en su alma sobre el momento en que se perdió a sí mismo, el día en que fracasaron sus ambiciones filosóficas. La última gran ficción de Bellow, Ravelstein, retrata una mente destinada a la gloria y al desastre inspirada en su amigo Allan Bloom, autor de un best-seller, The Closing of the American Mind, un alegato contra la cultura de la corrección política en América.
En 1954, Bellow perfiló en Las aventuras de Augie March el rumbo de su pasión narrativa: personajes intelectuales que cuentan su vida en primera persona y provienen del sueño benéfico de la inmigración. Los protagonistas de Bellow se reinventan en algún momento de su vida y se entregan a dos o tres ideas con las que hacen frente al nuevo mundo capitalista. Como asistente de un académico, Augie March lee a Hegel, Nietzsche, Marx, Tocqueville. Al respecto, J. M. Coetzee escribió: “Las aventuras de Augie March no es el resumen de una vida, sino un informe intermedio. Al final del informe, Augie no está todavía seguro si está a favor o en contra del sueño americano”.
En el 54, Bellow obtuvo por primera vez (lo ganó en tres ocasiones) el National Book Award, pero no todos los lectores coincidieron con el jurado: Norman Mailer le dio un hachazo a ese informe americano cuando se refirió a la novela como “un documental de interés turístico para intelectuales tímidos”.
A Bellow le apasionaba perderse en las catedrales de la novela, en el caudal indomable de las tramas y en el fluir del discurso a través de las más diversas técnicas: las cartas, el monólogo interior, la crónica desmesurada, el retrato dilatado. A este género desbocado pertenecen Herzog(1964) y El diciembre del decano (1982). Pero ese mismo escritor incontrolable era capaz de refinamientos mayores a través de la brevedad y la trama perfecta como en La víctima (1947) y en Carpe Diem (1956).
Saul Bellow murió en su casa de Brookline (Massachusetts) a los 89 años de edad. Su obra contiene una de las indagaciones más intensas e inquietantes sobre la vida y la muerte. En un acto poco común en la vanidosa sociedad literaria, cuando Philip Roth se enteró de que había muerto lo mandó de inmediato al Olimpo de los escritores: “junto con William Faulkner, uno de los dos novelistas que componen la columna vertebral de la literatura estadunidense del siglo XX. Juntos con el Melville, Hawthorne y Twain de esa centuria”.
Años después de haber leído la primera novela de Bellow a principios de los remotos años ochenta, aún conservo intacta mi admiración por su agilidad y audacia literarias. En particular, sigo pensando que si uno quiere evitarse la utilería de los premios y los elogios como lápidas detrás de las cuales habitan los muertos, un concentrado de Bellow puede encontrarse sin mayores aspavientos en una novela y un libro de relatos: Son más los que mueren de angustia(1982), traducida, por cierto, por César Aira, y El hombre que hablaba demasiado y otros cuentos (1985).
https://cultura.nexos.com.mx/?p=5091
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