La sorpresa de ver que el pintor empieza por no temer a la simetría. Es necesaria experiencia o valor para revalorizarla, cuando fácilmente se puede imitar lo «falsamente asimétrico», una de las originalidades más comunes. La simetría es concentrada, lograda. Pero no dogmática. Es también vacilante, como la de los que han pasado por la esperanza de que dos asimetrías se encuentren en la simetría.
Una tercera solución: la síntesis. De ahí tal vez ese aire despojado, esa delicadeza de cosa vivida y después revivida, y no ese arrojo de los que no saben. No es exactamente tranquilidad lo que hay ahí. Hay una dura lucha de cosa que a pesar de estar corroída se mantiene allí, y en los colores más densos está la lividez de lo que incluso torcido se mantiene en pie. Sus cruces están torcidas por siglos de mortificación. ¿Son altares? Por lo menos el silencio del altar. El silencio de los portales. Lo verdoso adquiere el tono de algo que está entre la vida y la muerte, una intensidad de crepúsculo. Hay bronce viejo en los colores quietos, y acero; y todo ampliado por un silencio de cosas encontradas en el camino. Se siente un largo y polvoriento camino antes de llegar al cobijo del cuadro; de alguna manera éste es un cobijo, por fin, y acoge. Aunque los portales no se abran. ¿O ya es iglesia el portal de la iglesia, y ante él ya se ha llegado? Todavía falta la lucha para no traspasarlo. Y en ningún cuadro se dice: «iglesia». Son muros de un Cristo que está ausente, pero los muros están allí, y todo es tangible, finalmente tangible para quien viene de lejos. Porque es pintura tangible: las manos también la miran. El pintor crea el material antes de pintarlo, y la madera se vuelve tan imprescindible para su pintura como lo sería la madera para un escultor. Y el material creado es religioso: tiene el peso de las vigas de un convento. Es compacto, cerrado como una puerta cerrada. Pero en él se han rasgado aberturas, como desolladas por uñas. Y a través de esas brechas se ve lo que está dentro de una síntesis. Color coagulado, violencia, martirio son las vigas que sustentan el silencio de una simetría religiosa.
Clarice Lispector
(Ucrania 1920 - RJ, Brasil, 1977)
de Para no olvidar, Crónicas y otros textos, Colección Libros del tiempo,
Editorial Siruela, 2010
Traducción de Elena Losada
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