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martes, 11 de junio de 2019

Los Espejos, Clarice Lispector

¿Qué es un espejo? No existe la palabra espejo, sólo espejos, porque uno solo es una infinidad de espejos. ¿En algún lugar del mundo hay una mina de espejos? No hacen falta muchos para tener una mina centelleante y sonámbula: bastan dos y uno refleja el reflejo de lo que el otro reflejó,  con  un  temblor  que  se  transmite como  un  mensaje  intenso  e  insistente  ad  infinitum,  liquidez  en  la  que se puede sumergir la mano fascinada y retirarla goteando reflejos, los reflejos de esa agua dura. ¿Qué es un espejo? Como la bola de cristal de los videntes, me arrastra al vacío que para el vidente es su campo de meditación  y para mí el campo de silencios y silencios.


 

Un Pintor, Clarice Lispector

La sorpresa de ver que el pintor empieza por no temer a la simetría. Es necesaria experiencia o valor para revalorizarla, cuando  fácilmente  se puede  imitar lo  «falsamente asimétrico», una de las originalidades más comunes. La simetría es concentrada, lograda. Pero no dogmática. Es también vacilante, como la de los que han pasado por la esperanza de que dos asimetrías se encuentren en la simetría.


martes, 19 de marzo de 2019

Rosas silvestres (Clarice Lispector)

Sólo estas palabras, rosas silvestres, ya me hacen aspirar el aire como si el mundo fuera una rosa cruda. Tengo una gran amiga que me manda de vez en cuando rosas silvestres. Y su perfume, mi Dios, me da ánimo para respirar y vivir. Las rosas silvestres tienen un misterio de los más extraños y delicados: a medida que envejecen perfuman más. Cuando están por morir, ya ajándose, el perfume se vuelve fuerte y dulzón, y recuerda las perfumadas noches de luna de Recife. Cuando finalmente mueren, cuando están muertas, muertas —ahí entonces, como una flor renacida en la cuna de la tierra, es cuando el perfume que exhala de ellas me embriaga. 



domingo, 29 de julio de 2018

Luna. Cuadernos de José Saramago



Video de @earthfever

Hace cuarenta años todavía no tenía aparato de televisión en casa. Sólo lo compré, pequeñísimo, cinco años después, en 1974, para seguir las noticias de esa otra especie de llegada a la Luna que fue para nosotros portugueses la Revolución de Abril. De modo que recurrí a amigos más avezados en tecnologías punta, y así, bebiendo tal vez una cerveza y masticando unos frutos secos, asistí al alunizaje y al desembarque. En aquella época andaba escribiendo unas crónicas en el recién recuperado periódico vespertino “A Capital”, más tarde reunidas en un libro bajo el título “De este mundo y del otro”.