miércoles, 25 de septiembre de 2024

Los Huéspedes. Saki





-El Paisaje que se ve desde nuestras ventanas es verdaderamente encantador –dijo Annabel-; esos huertos de cerezos y esos prados verdes, y el río que serpentea a lo largo del valle, y la torre de la iglesia asomándose entre los olmos, todo eso hace una verdadera pintura. Ha algo, aquí terriblemente soñoliento y lánguido, sin embargo; el estancamiento parece ser la nota dominante. Nunca pasa nada; tiempo de sembrar y de cosechar, una ocasional epidemia de sarampión o una tempestad moderadamente destructiva, y un poco de excitación por las elecciones más o menos una vez cada cinco años, eso es todo lo que tenemos para alterar la monotonía de nuestras existencias. 
¿Más bien horrible, no es cierto?

jueves, 1 de febrero de 2024

El Negro de París, Osvaldo Soriano

 



El Negro es un gato tranquilo, distante, tosco a veces, sin ser grosero. Mi papá y yo fuimos a buscarlo una tarde a la Sociedad Protectora de Animales de París. Habíamos llegado tiempo atrás a Francia, y yo me sentía muy solo, sin entender por qué habíamos dejado Buenos Aires con tanto apuro.

Mi papá y mi mamá me explicaron muchas veces que corríamos peligro mientras los militares gobernaran en el país y que sería mejor que yo creciera y fuera a una escuela en un lugar donde me enseñarían a vivir en libertad. Cuando nos fuimos de Buenos Aires no tuvimos tiempo de llevarnos nuestras cosas; yo tuve que dejar un triciclo y un largo tren eléctrico que hacía marchar entre montañas, bosques y ríos que cabían sobre la mesa del comedor. Pero lo que más me dolió fue dejar a Pulqui, que dormía conmigo hecha una bolita tibia, acurrucada entre mis piernas, hasta que me despertaba a la mañana, siempre a la misma hora, para ir al colegio.

martes, 16 de enero de 2024

El mal menor . C.E.Feiling

El mal menor de C. E. Feiling se abre con un acápite de “El hombre del traje negro”, un cuento de Stephen King aparecido en The New Yorker en 1994. La cita de Feiling es tributaria de la admiración que le mereció el relato. En 1997, el año de su muerte, Feiling reseñó ese cuento: define a King como “un gran estilista, un maestro del estilo coloquial norteamericano”, que además “siempre mete el dedo en la llaga”. Lapidario, sentencia que el relato “demuestra la miseria de pasarse la vida tomando capuccino y leyendo a Auster". Un año antes había publicado su tercera y última novela, un experimento feliz de relato de terror alla King, que llegó al cine como El prófugo, dirigida por Natalia Meta, con Erica Rivas. 

Dos grandes novelas argentinas de los 90 coincidieron entre las finalistas del Premio Planeta en 1995: El traductor, de Salvador Benesdra, y El mal menorFeiling tuvo una suerte de la que no gozó El traductor y Planeta optó por publicar El mal menor; el ladrillo de más 600 páginas de Benesdra recién vería la luz después de su suicidio.

Feiling escribió buena parte de su novela ambientada en San Telmo en un lugar que no se parece precisamente a la ciudad vieja de Buenos Aires: la Universidad de Iowa. Fue en 1994, cuando llegó allí para participar del International Writing Program de esa casa de altos estudios, becado por la Fundación Antorchas. “Los meses más productivos”, dice, fueron entre septiembre y noviembre de 1994. Podemos fechar, pues, la escritura de esta obra maestra en la Argentina del menemismo, en plena investigación del atentado a la AMIA, el doping de Maradona y su aventura como DT de Mandiyú, y el caso Carrasco que terminó con el servicio militar.
La muerte temprana a los 36 años dejó trunco un programa literario desafiante: una exploración de los géneros a través de la novela. El primer paso había sido el policial, con El agua electrizada, ambientada en pleno colapso hiperinflacionario (por cierto: una novela con trasfondo en el terrorismo de Estado, y que claramente se adelantó a la cuestión de la violencia de género). Luego vino Un poeta nacional, que planteó como relato de aventuras en la Patagonia a través de un alter ego de Lugones. Con El mal menor, Feiling indagó las posibilidades de un género casi sin explorar, no solamente en la Argentina, sino en todo el idioma castellano: el terror.
Como buen lector (y lo era a nivel de erudición), Feiling se nutrió de una amplia bibliografía del género, que es mayormente sajón. A su juego lo llamaron: después de Borges no debe haber habido un escritor argentino tan marcadamente anglófilo como Feiling (un continuador de esa línea es Carlos Gamerro). El resultado fue la novela, claro, pero también una antología de cuentos de terror que apareció pocas semanas antes de la muerte del escritor. Pese a su título marketinero (Los mejores cuentos de terror), es ciertamente un trabajo pionero, con textos de Poe y Lovecraft, y también del galés Arthur Machen, un autor celebrado por el propio King, que le reconoce su influencia en las dedicatorias de Revival, su novela de 2015. Lo cual demuestra la meticulosidad de Feiling, capaz de trazar el árbol genealógico de la literatura de terror.
Entre octubre y noviembre de 1996, mientras El mal menor salía a la calle y la historia de Inés Gaos y Nelson Floreal ante la amenaza de los prófugos ganaba sus primeros lectores, Feiling dio el curso “Terror al género del terror” en el Centro Cultural Rojas, que derivó en “La pesadilla lúcida”, la introducción a la antología. Allí planteó cuatro etapas en el devenir del género: terror gótico en el siglo XVIII (ambientado "en tiempos lejanos y países exóticos"); terror burgués con Poe; terror fantástico con Lovecraft (que incorpora mundos paralelos al terror burgués); y terror cinematográfico (relación de ida y vuelta con el cine, con tendencia al final feliz), donde inscribe a King. 

El mal menor es (pese a sus semejanzas con las dos últimas etapas, en especial la última) una novela de terror burgués. Dice Feiling que allí se da "la intromisión de algo siniestro y sobrenatural en un orden cotidiano no sólo parecido al de sus lectores, sino descripto en términos muy semejantes a los de la narrativa realista del siglo XIX". Sobre una base costumbrista se monta una novela con alusiones políticas muy filosas para lo que era el marco de los años 90 (por ejemplo: “Francamente, el aeropuerto de Santiago no me pareció gran cosa; si eso era el milagro económico chileno, los grandes éxitos de Pinochet se habían limitado al rubro secuestro, tortura y muerte de opositores”). Un cuarto de siglo después, la versión cinematográfica es una buena excusa para acercarse a un texto que entre nosotros es al terror lo que El Eternauta a la ciencia ficción: un hito insoslayable. 

un artículo de Marion Eppinger relatado por Jorge Fernández Díaz en pensándolo bien


Jorge Fernández  en Pensándolo bien , comenzó leyendo un artículo de Marion Eppinger que narra en primera persona la terrible experiencia de tener que vivir escondida en una casa colmada de oficiales nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
Corría el año 1944 y los nazis ya casi perdían la guerra. Pero aun camino a la derrota, en marzo de ese año, las tropas alemanas ingresaron a Hungría, mi país, con el plan de completar lo que llamaban la solución final. Traducido a lengua humana o inhumana ese plan consistía pura y simplemente en la aniquilación total de la comunidad judía en Europa.

domingo, 26 de marzo de 2023

La puerta en el muro[Cuento - Texto completo.]H.G. Wells


I🌸

Hace aproximadamente tres meses, en una noche confidencial, Lionel Wallace me contó esta historia de la Puerta en el Muro. Y en aquel momento pensé que, en lo referente a mi amigo, la historia era verídica.

Me la contó con tan sencilla y directa capacidad de persuasión que no tuve más remedio que creerle. Pero a la mañana siguiente, en mi piso, me desperté en una atmósfera diferente.

Y mientras yacía en la cama y rememoraba las cosas que me había contado, despojadas del hechizo de su voz lenta y grave, privadas del foco tamizado de la luz de la mesa, de la atmósfera indefinida que nos envolvía a ambos y del agradable brillo de las cosas, del postre, de los vasos y de la mantelería de la cena que habíamos compartido, que las había convertido en aquel momento en un pequeño mundo brillante muy alejado de las realidades cotidianas, todo aquello me pareció francamente increíble.

lunes, 3 de octubre de 2022

Ragazza che precipita. Dino Buzzati



A diciannove anni, Marta si affacciò dalla sommità del grattacielo e, vedendo di sotto la città risplendere nella sera, fu presa dalle vertigini.
Il grattacielo era d’argento, supremo e felice in quella sera bellissima e pura, mentre il vento stirava sottili filamenti di nubi, qua e là, sullo sfondo di un azzurro assolutamente incredibile. Era infatti l’ ora che le città vengono prese dall’ispirazione e chi non è cieco ne resta travolto.
Dall’aereo culmine la ragazza vedeva le strade e le masse dei palazzi contorcersi nel lungo spasimo del tramonto e là dove il bianco delle case finiva, cominciava il blu del mare che visto dall’alto sembrava in salita. E siccome dall’oriente avanzavano i velari della notte, la città divenne un dolce abisso brulicante di luci; che palpitava.

miércoles, 21 de septiembre de 2022

«El Espejo» de Haruki Murakami cuento, traducción de Diana Morales Morales


Fidel Sclavo

Todas las historias que has estado contado esta noche parecen pertenecer a dos categorías. Están las del tipo en las que tienes el mundo de los vivos de un lado, el mundo de los muertos en el otro, y una fuerza que permite el cruce de un lado al otro. Esto incluye fantasmas y cosas así. El segundo tipo incluye habilidades paranormales, premoniciones, la habilidad de predecir el futuro. Todas tus historias pertenecen a alguno de estos dos grupos.

De hecho, tus experiencias tienden a pertenecer, casi todas, a alguna de estas categorías. Lo que quiero decir es que la gente que ve fantasmas sólo ve fantasmas, nunca tiene premoniciones. Y los que tienen premoniciones no ven fantasmas. No sé por qué pero parece haber una predilección individual por una u otra. Al menos esa impresión me da.

domingo, 26 de junio de 2022

Mirarse el ombligo | Por Irene Vallejo


Fidel Sclavo

Los mapas cuentan historias y revelan pasiones, y también están hechos de mentiras.

El mundo es un pañuelo. Lo afirma el refranero popular, nuestra particular enciclopedia de bolsillo. En latín la palabra “mappa” significaba servilleta, toalla o trapo. Así llamaban a la tela rectangular que, en el silencio expectante del circo, daba la señal de salida para las carreras de carros, como si aquellos caballos fueran a galopar por confines y fronteras. Sobre la superficie de esos lienzos, los romanos dibujaban los perfiles del orbe que conocían.

Los mapas retratan nuestros mejores y peores rasgos: curiosidad ávida y hambre de descubrimiento, pero también vanidad conflictiva y sed de anexión. Nos fascinan porque cuentan historias y revelan nuestras pasiones. Además, construyen nuestra mirada. Las razones por las que el norte figura arriba no son científicas, sino estratégicas. Lo alto tiene connotaciones positivas, mientras que lo bajo se mira por encima del hombro. Asociamos la pobreza al sur y la prosperidad con países septentrionales. La famosa fotografía de la Tierra que tomó la nave Apolo 17 en 1972 —la canica azul— fue rotada para su publicación, pues ya solo sabemos leer el planeta colocado de esa única forma. Sin embargo, durante siglos el este ocupó habitualmente la posición superior porque la luz surge de oriente, mientras que el norte simbolizaba un territorio de oscuridad: desde entonces, “orientarnos” significa buscar la referencia allá donde nace el día. 

Traficantes de Tiempo Irene Vallejo



Artículo publicado en El País Semanal el 6/12/2020

«Igual que tú, el niño siente la impaciencia del deseo —lo quiero ya—, pero no puede comprender la razón de la prisa. Para qué sirve la rapidez, cuando el placer consiste en entretenerse, remolonear y ser lentos. Qué inexplicables le parecen vuestras bruscas urgencias, los espabila, los venga vamos, los así no llegaremos nunca. Experto en demoras, se recrea en cada juego, en el peldaño de cada escalera, en cada excursión, como una historia interminable. Tu hijo intuye que el amor exige prodigalidad temporal. Si quieres a alguien, le das tu sosiego, tu desaceleración, tu olvido de los relojes.
Sin embargo, tu pequeño sibarita tiene serios competidores: cada instante, los dispositivos digitales y sus voraces pantallas batallan por secuestrar nuestras horas. Los gigantes tecnológicos codician miradas absortas para subastarlas en un frenético mercado de la atención. Las aplicaciones y las redes sociales son gratuitas solo en apariencia. No pagamos por ellas porque el producto es en realidad otro: nuestro tiempo. Hechizados por imágenes palpitantes y estímulos adictivos, regalamos información sobre nuestros gustos, movimientos, opiniones, miserias y sueños. Cuanto más, mejor: alimentamos bancos de minutos y bases de datos que las empresas venderán al mejor postor y que retornarán en forma de publicidad y propaganda personalizadas. Somos nosotros quienes estamos en venta.