jueves, 26 de diciembre de 2013
miércoles, 11 de diciembre de 2013
Cuánto cuesta publicar un libro gratis (III): en el propio blog. VALENTINA TRUNEANU
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ILUSTRACION DEHORACIO CARDO
...Para que el proceso completo sea gratis, el blog también tendría que ser gratis, es decir, un servicio como Blogger , WordPress.com (no confundir con WordPress.org ) o Tumblr , lo cual implica que su funcionalidad y capacidad de almacenamiento son limitadas, se carece de un dominio propio (el dominio, aunque es barato y funciona con algunos blogs gratuitos, ya no sería gratis) y se depende por completo de la plataforma de blogging. Muchos especialistas en emprendimiento digital, como Franck Scipion y Carlos Bravo , han mencionado las desventajas de los blogs gratuitos.Escribir en blogs tiene su curva de aprendizaje. No lo considero difícil, pero puede costarles a quienes no lo han hecho nunca, y en algún momento se hará necesario acudir a opciones más avanzadas en las cuales se trabaje directamente con código HTML, si el autor no quiere verse seriamente limitado.Sacar un ISBN siempre cuesta dinero (con alguna que otra excepción ) y el monto varía dependiendo del país de residencia del autor.Quienes consideren trabajar con listas de correo deben tener en cuenta que los servicios de email marketing cuestan (dinero y esfuerzo de configuración). Mailchimp permite hasta dos mil suscriptores gratis y doce mil correos por mes (que no es poco); en cambio, otro gestor popular de listas de correo, AWeber , es de pago desde el principio.Publicar un libro en un blog es mucho más sencillo para quienes deseen ofrecerlo gratis que para quienes pretendan venderlo. Sacarlo en sucesivas entradas, subirlo a una página de adjuntos o alojarlo en una web externa y luego proporcionar un enlace de visualización o descarga lo haría accesible a todo el mundo. Me puedo imaginar una forma de publicación por entregas en la que las entradas del blog y las páginas de almacenamiento estén protegidas por una contraseña o funcionando en modo privado, y que los enlaces y datos de acceso solo se les den a conocer a quienes paguen previamente por transferencia bancaria, depósito en cuenta o PayPal, pero dudo mucho que tal modalidad inspire confianza.Si se desea vender el libro de un modo automatizado y profesional, se hace necesario acudir a un servicio que permita la venta en línea y la gran mayoría son de pago. E-junkie , el que estoy utilizando [1] y el que emplean muchos blogueros (por ejemplo,Víctor Martín ), tiene planes de suscripción a partir de 5 dólares al mes. Por este motivo, las personas que ofrecen sus libros por ese medio suelen poner un precio de diez dólares como mínimo (Fantasía y fuga, aunque es un libro enriquecido, con catorce archivos de audio y seis videos, constituye una excepción porque está a 4,95 francos suizos, unos 5,15 dólares). Los servicios que no son de pago, como Gumroad o Ganxy , cobrarán su comisión cada vez que se venda una descarga....
sábado, 7 de diciembre de 2013
LA MANO NEGRA.CLAUDIA FELD
Joaquín toca algo blando entre los escombros y tira hasta que la cosa emerge del montón de basura. Es una mano. De hombre viejo debe ser, la sacude. Unos bichos caen del antebrazo partido. Después lo agarra, lo sostiene en alto y grita: tengo el poder. Lucho llega por detrás, le arranca la mano, corre y la revolea en el aire, así que tenés el poder, baja la montaña de escombros a trancos irregulares. Joaquín lo persigue hasta el costado de las vías. Acorralado en ese terreno liso, Lucho arroja la mano y emboca en la cara de María que cae hacia atrás con el impacto.
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CAMBIO DE SUERTE Claudia Feld
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jueves, 5 de diciembre de 2013
Visible, invisible Un poema de Salvatore Quasimodo, ilustrado por Pablo Bernasconi
Visible, invisible
el carretero al horizonte
en los brazos del camino llama
responde a la voz de las islas.
Tampoco yo voy a la deriva,
retumba el mundo en torno, leo
mi historia como guardián de noche
las horas de la lluvia. El secreto tiene márgenes
felices, estratagemas, atracciones difíciles.
Mi vida, habitantes crueles y sonrientes
de mis caminos, de mis paisajes,
no tiene manijas en las puertas.
No me preparo para la muerte,
sé el principio de las cosas,
el fin es una superficie donde viaja
el invasor de mi sombra.
Yo no conozco las sombras.
En Todos los poemas, traducción de Leopoldo Di Leo
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domingo, 1 de diciembre de 2013
COMPAÑÍA. SAMUEL BECKETT
Una voz llega a alguien en la oscuridad. Imaginar.
A alguien boca arriba en la obscuridad. Lo nota por la presión en la espalda y los cambios en la oscuridad, cuando cierra los ojos y de nuevo cuando los abre. Sólo se puede verificar una ínfima parte de lo dicho. Como, por ejemplo, cuando oye: "Estás boca arriba en la obscuridad." Entonces ha de admitir la verdad de lo dicho. Pero la mayor parte, con mucho, de lo dicho no se puede verificar. Como, por ejemplo, cuando oye:"Viste la luz por primera vez tal y cual día y ahora estás boca arriba en la obscuridad." Estratagema, tal vez, destinada a hacer recaer sobre lo primero la irrefutabilidad de lo segundo. Tal es, pues, la proposición. A alguien boca arriba en la obscuridad una voz habla de un pasado. Con alusiones ocasionales a un presente y, con menor frecuencia, a un futuro, como, por ejemplo: "Acabarás tal como estás ahora." Y en otra obscuridad o en la misma otro imaginándolo todo para hacerse compañía. Déjalo rápido.
viernes, 22 de noviembre de 2013
Charles Bukowski: El asesinato de Ramón Vásquez. Cuento
Este relato es ficción, y el acontecimiento o semiacontecimiento de la vida real que pueda reflejar no ha influido en el autor a favor o en contra de ninguna de las personas implicadas o no implicadas. En otras palabras, se dejaron correr libres pensamiento, imaginación y capacidad creadora, y eso significa invención, que creo motivada y causada por el hecho de vivir un año menos de medio siglo entre la especie humana… Y no se ciñó la historia a ningún caso concreto, o casos, o noticias de periódico, y no se escribió para perjudicar, sacar consecuencias o hacer injusticia a ninguno de mis semejantes que se haya visto en circunstancias similares a las que se verán en la historia que sigue.
http://amediavoz.com/bukowski.htm
http://es.wikipedia.org/wiki/Charles_Bukowski
http://bukowski.net/http://amediavoz.com/bukowski.htm
http://es.wikipedia.org/wiki/Charles_Bukowski
Sonó el timbre de la puerta. Dos hermanos, Lincoln, 23, y Andrew, 17.
El mismo salió a abrir.
Allí estaba, Ramón Vasquez, el viejo astro del cine mudo y principios del sonoro. Andaba ya por los sesenta. Pero aún tenía el mismo aire delicado. En los viejos tiempos, en la pantalla y fuera de ella, llevaba el pelo empastado en brillantina y peinado recto hacia atrás. Y con la nariz larga y fina y el fino bigote y la forma que tenía de mirar intensamente a las mujeres a los ojos, en fin, era demasiado. Le habían llamado «El Gran Amante». Las mujeres se desmayaban cuando le veían en la pantalla. Pero en realidad Ramón Vasquez era homosexual. Ahora tenía el pelo majestuosamente blanco y el bigote un poco más ancho.
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Cómo se salvó Wang‑Fô / Marguerite Yourcenar
El anciano pintor Wang‑Fô y su discípulo Ling erraban por los caminos del reino de Han.
Avanzaban lentamente, pues Wang‑Fô se detenía durante la noche a contemplar los astros y durante el día a mirar las libélulas. No iban muy cargados, ya que Wang‑Fô amaba la imagen de las cosas y no las cosas en sí mismas, y ningún objeto del mundo le parecía digno de ser adquirido a no ser pinceles, tarros de laca y rollos de seda o de papel de arroz. Eran pobres, pues Wang‑Fô trocaba sus pinturas por una ración de mijo y despreciaba las monedas de plata. Su discípulo Ling, doblándose bajo el peso de un saco lleno de bocetos, encorvaba respetuosamente la espalda como si llevara encima la bóveda celeste, ya que aquel saco, a los ojos de Ling, estaba lleno de montañas cubiertas de nieve, de ríos en primavera y del rostro de la luna de verano.
Ling no había nacido para correr los caminos al lado de un anciano que se apoderaba de la aurora y apresaba el crepúsculo. Su padre era cambista de oro; su madre era la hija única de un comerciante de jade, que le había legado sus bienes maldiciéndola por no ser un hijo. Ling había crecido en una casa donde la riqueza abolía las inseguridades. Aquella existencia, cuidadosamente resguardada, lo había vuelto tímido: tenía miedo de los insectos, de la tormenta y del rostro de los muertos. Cuando cumplió quince años, su padre le escogió una esposa, y la eligió muy bella, pues la idea de la felicidad que proporcionaba a su hijo lo consolaba de haber llegado a la edad en que la noche sólo sirve para dormir. La esposa de Ling era frágil como un junco, infantil como la leche, dulce como la saliva, salada como las lágrimas. Después de la boda, los padres de Ling llevaron su discreción hasta el punto de morirse, y su hijo se quedó solo en su casa pintada de cinabrio, en compañía de su joven esposa, que sonreía sin cesar, y de un ciruelo que daba flores rosas cada primavera. Ling amó a aquella mujer de corazón límpido igual que se ama a un espejo que no se empaña nunca, o a un talismán que siempre nos protege. Acudía a las casas de té para seguir la moda, y favorecía moderadamente a bailarinas y acróbatas. Una noche, en una taberna, tuvo por compañero de mesa a Wang‑Fô. El anciano había bebido, para ponerse en un estado que le permitiera pintar con realismo a un borracho; su cabeza se inclinaba hacia un lado, como si se esforzara por medir la distancia que separaba su mano de la taza. El alcohol de arroz desataba la lengua de aquel artesano taciturno, y aquella noche, Wang hablaba como si el silencio fuera una pared y las palabras unos colores destinados a embadurnarla. Gracias a él, Ling conoció la belleza que reflejaban las caras de los bebedores, difuminadas por el humo de las bebidas calientes, el esplendor tostado de las carnes lamidas de una forma desigual por los lengüetazos del fuego, y el exquisito color de rosa de las manchas de vino esparcidas por los manteles como pétalos marchitos. Una ráfaga de viento abrió la ventana; el aguacero penetró en la habitación. Wang‑Fô se agachó para que Ling admirase la lívida veta del rayo y Ling, maravillado, dejó de tener miedo a las tormentas.
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MARGUERITE YOURCENAR
La tristeza de Cornelius Berg / Marguerite Yourcenar
Desde que había regresado a Amsterdam, Cornelius Berg vivía en una posada. Cambiaba a menudo de alojamiento, mudándose cuando había que pagar el alquiler, aunque seguía pintando algunos retratillos, unos cuantos cuadros de costumbres que le encargaban, algún desnudo para un aficionado, y buscando por las calles algún que otro cartel que pintar. Por desgracia, le temblaban las manos y tenía que cambiar con mucha frecuencia los cristales de sus gafas por otros más fuertes; el vino, al que se había aficionado en Italia, junto con el tabaco, acababa de arrebatarle la poca seguridad que aún conservaba su pincelada y de la que seguía presumiendo. Lleno de despecho, se negaba entonces a entregar su obra y lo estropeaba todo con excesivos retoques o raspados, acabando por abandonar su trabajo.
jueves, 21 de noviembre de 2013
DORIS LESSING DISCURSO PREMIO NOVEL DE LITERATURA
Discurso al aceptar el Premio Nobel de literatura. Discurso
Estoy de pie junto a una puerta y miro a través de remolinos de polvo hacia donde me han dicho que aún existe bosque sin talar. Ayer conduje a través de kilómetros de tocones y restos calcinados de incendios donde, en el ’56, se encontraba el bosque más maravilloso que jamás haya visto, ahora completamente devastado. Las personas tienen que comer. Y necesitan material para encender el fuego.
jueves, 7 de noviembre de 2013
Luis Cernuda Eras, instante, tan claro...
Eras, instante, tan claro.
Perdidamente te alejas,
dejando erguido al deseo
con sus vagas ansias tercas.
Siento huir bajo el otoño
pálidas aguas sin fuerza,
mientras se olvidan los árboles
de las hojas que desertan.
La llama tuerce su hastío,
sola su viva presencia,
y la lámpara ya duerme
sobre mis ojos en vela.
Cuán lejano todo. Muertas
las rosas que ayer abrieran,
aunque aliente su secreto
por las verdes alamedas.
Bajo tormentas la playa
será soledad de arena
donde el amor yazca en sueños.
La tierra y el mar lo esperan.
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sábado, 2 de noviembre de 2013
Muestra El Resorte, Maldito. Por Margarita Wanceulen.
Sí, tú, muéstra el resorte. Sí, ese mediante el cual, te has servido en la vida, para hundir a los demás, para hacerles daño,para ningunearlos.
Tú que siempre habías sido un necio, tan simple, tan obtuso. Cómo pudiste llegar tan lejos, si ni siquiera en la infancia habías apuntado a lo alto, salvo para disparar a los pájaros, con aquellos dardos que fabricabas solo para destruir los nidos.
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Sin deuda ninguna. Por Margarita Wanceulen.
Cuando nos presentaron, me extendió la mano y apretó la mía con fuerza. Sus rasgos y su porte parecían
indicar que era un experto hombre de finanzas.
Comenzó a hablarme del asunto que nos había llevado hasta él, a mi esposa y a mí. Mi cuerpo sudaba con
exageración, a pesar de que yo intentaba por todos los medios, transmitir una aparente serenidad.
La primera en hablar fue Cecilia, pobre mía, tan bondadosa, la madre de mis hijos y mujer de mi vida. Le
temblaba el labio superior cuando expuso nuestro problema a aquel director de banco: “ No podemos
pagar el préstamo de la hipoteca, señor, no, no es que no queramos, es que, como usted sabe, nos han
venido mal dadas las circunstancias y solo ingresamos el pequeño subsidio de desempleo de mi marido,
mire tenemos dos hijos y no podemos dejarles sin comer, usted me entiende, será padre también.”
“ Sí, sí, ya sé, pero el banco ha hecho todo lo posible y lo imposible para facilitarles el trance, y, ahora
mismo, ya saben cómo está todo, en fin,¿ me entiende? “
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SIN DEUDA NINGUNA
El rey del universo,María Inés Krimer
Amanda Cass
María Inés Krimer
Duerme junto al hermano. El dormitorio tiene piso de madera y una ventana que no abre por el muro de colas de zorro. Dos camas gemelas con acolchados a cuadros. Una radio. Es un aparato con dial luminoso y aguja giratoria donde ella escucha Los Pérez García, que van por El Mundo a las ocho de la noche. Los doce tomos de la enciclopedia Lo Sé Todo están ordenados en la repisa. Los libros encima del escritorio, junto con el Manual del Alumno de Kapeluz y El Estanciero.
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REVISTA "Ñ"
jueves, 31 de octubre de 2013
Amor / Clarice Lispector
Un poco cansada, con las compras deformando la nueva bolsa de malla, Ana subió al tranvía. Depositó la bolsa sobre las rodillas y el tranvía comenzó a andar. Entonces se recostó en el asiento en busca de comodidad, con un suspiro casi de satisfacción. Los hijos de Ana eran buenos, una cosa verdadera y jugosa. Crecían, se bañaban, exigían, malcriados, momentos cada vez más completos. La cocina era espaciosa, la estufa descompuesta lanzaba explosiones. El calor era fuerte en el apartamento que estaban pagando poco a poco. Pero el viento golpeando las cortinas que ella misma había cortado recordaba que si quería podía enjugarse la frente, mirando el calmo horizonte. Como un labrador. Ella había plantado las simientes que tenía en la mano, no las otras, sino esas mismas. Y los árboles crecían. Crecía su rápida conversación con el cobrador de la luz, crecía el agua llenando el lavabo, crecían sus hijos, crecía la mesa con comidas, el marido llegando con los diarios y sonriendo de hambre, el canto inoportuno de las sirvientas del edificio. Ana prestaba a todo, tranquilamente, su mano pequeña y fuerte, su corriente de vida.
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MIGUEL HERNÁNDEZ
El herido / Miguel Hernández
Para el muro de un hospital de sangre.
I
Por los campos luchados se extienden los heridos.
Y de aquella extensión de cuerpos luchadores
salta un trigal de chorros calientes, extendidos
en roncos surtidores.
La sangre llueve siempre boca arriba, hacia el cielo.
Y las heridas suenan, igual que caracolas,
cuando hay en las heridas celeridad de vuelo,
esencia de las olas.
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jueves, 10 de octubre de 2013
ALICE MUNRO LAS LUNAS DE JÚPITER
Encontré a mi padre en el ala de cardiología, en el octavo piso del Hospital General de Toronto. Estaba en una habitación semi-privada. La otra cama estaba vacía. Dijo que su seguro hospitalario cubría sólo una cama en el pabellón, y que estaba preocupado de que le pudieran cobrar suplemento.
—Yo no he pedido una semi-privada —dijo.
Le dije que probablemente las salas estuvieran llenas.
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Alice Munro: Alga marina roja
Al final del verano Lydia cogió una barca para ir a una isla de la costa sur de Nueva Brunswick, donde iba a quedarse a pasar la noche. Le quedaban sólo unos días para tener que volver a Ontario. Trabajaba como directora para un editor de Toronto. También era poeta, pero ella no lo mencionaba a menos que fuese algo que la gente ya supiera. Durante los pasados dieciocho meses había estado viviendo con un hombre en Kingston. Por lo que ella creía, aquello se había terminado.
Se había dado cuenta de algo acerca de ella misma en aquel viaje a las Marítimas: La gente ya no estaba tan interesada en conocerla.
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MI VIDA QUERIDA.RELATO FRAGMENTO.ALICE MUNRO
fragmento de uno de los relatos que componen «Mi vida querida» (Lumen), último libro de la ganadora del Premio Nobel de Literatura 2013
En mi juventud parecía no haber nunca un parto, o un apéndice reventado, o cualquier otro incidente drástico de salud que no ocurriera mientras arreciaba una tormenta de nieve. Las carreteras estarían cortadas, así que de todos modos no se podría pensar en sacar un coche, y habría que enganchar varios caballos para llegar al pueblo e ir al hospital. Por suerte aún había caballos: en circunstancias normales la gente se habría deshecho de ellos, pero con la guerra y el racionamiento de combustible las cosas habían cambiado, al menos por el momento.
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miércoles, 7 de agosto de 2013
miércoles, 24 de julio de 2013
No oyes ladrar los perros / Juan Rulfo
—Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte.
—No se ve nada.
—Ya debemos estar cerca.
—Sí, pero no se oye nada.
—Mira bien.
—No se ve nada.
—Pobre de ti, Ignacio.
La sombra larga y negra de los hombres siguió moviéndose de arriba abajo, trepándose a las piedras, disminuyendo y creciendo según avanzaba por la orilla del arroyo. Era una sola sombra, tambaleante.
La luna venía saliendo de la tierra, como una llamarada redonda.
—Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros. Acuérdate que nos dijeron que Tonaya estaba detrasito del monte. Y desde qué horas que hemos dejado el monte. Acuérdate, Ignacio.
—Sí, pero no veo rastro de nada.
—Me estoy cansando.
—Bájame.
El viejo se fue reculando hasta encontrarse con el paredón y se recargó allí, sin soltar la carga de sus hombros. Aunque se le doblaban las piernas, no quería sentarse, porque después no hubiera podido levantar el cuerpo de su hijo, al que allá atrás, horas antes, le habían ayudado a echárselo a la espalda. Y así lo había traído desde entonces.
—¿Cómo te sientes?
—Mal.
Hablaba poco. Cada vez menos. En ratos parecía dormir. En ratos parecía tener frío. Temblaba. Sabía cuándo le agarraba a su hijo el temblor por las sacudidas que le daba, y porque los pies se le encajaban en los ijares como espuelas. Luego las manos del hijo, que traía trabadas en su pescuezo, le zarandeaban la cabeza como si fuera una sonaja. Él apretaba los dientes para no morderse la lengua y cuando acababa aquello le preguntaba:
—¿Te duele mucho?
—Algo —contestaba él.
Primero le había dicho: "Apéame aquí... Déjame aquí... Vete tú solo. Yo te alcanzaré mañana o en cuanto me reponga un poco." Se lo había dicho como cincuenta veces. Ahora ni siquiera eso decía. Allí estaba la luna. Enfrente de ellos. Una luna grande y colorada que les llenaba de luz los ojos y que estiraba y oscurecía más su sombra sobre la tierra.
—No veo ya por dónde voy —decía él.
Pero nadie le contestaba.
El otro iba allá arriba, todo iluminado por la luna, con su cara descolorida, sin sangre, reflejando una luz opaca. Y él acá abajo.
—¿Me oíste, Ignacio? Te digo que no veo bien.
Y el otro se quedaba callado.
Siguió caminando, a tropezones. Encogía el cuerpo y luego se enderezaba para volver a tropezar de nuevo.
—Este no es ningún camino. Nos dijeron que detrás del cerro estaba Tonaya. Ya hemos pasado el cerro. Y Tonaya no se ve, ni se oye ningún ruido que nos diga que está cerca. ¿Por qué no quieres decirme qué ves, tú que vas allá arriba, Ignacio?
—Bájame, padre.
—¿Te sientes mal?
—Sí
—Te llevaré a Tonaya a como dé lugar. Allí encontraré quien te cuide. Dicen que allí hay un doctor. Yo te llevaré con él. Te he traído cargando desde hace horas y no te dejaré tirado aquí para que acaben contigo quienes sean.
Se tambaleó un poco. Dio dos o tres pasos de lado y volvió a enderezarse.
—Te llevaré a Tonaya.
—Bájame.
Su voz se hizo quedita, apenas murmurada:
—Quiero acostarme un rato.
—Duérmete allí arriba. Al cabo te llevo bien agarrado.
La luna iba subiendo, casi azul, sobre un cielo claro. La cara del viejo, mojada en sudor, se llenó de luz. Escondió los ojos para no mirar de frente, ya que no podía agachar la cabeza agarrotada entre las manos de su hijo.
—Todo esto que hago, no lo hago por usted. Lo hago por su difunta madre. Porque usted fue su hijo. Por eso lo hago. Ella me reconvendría si yo lo hubiera dejado tirado allí, donde lo encontré, y no lo hubiera recogido para llevarlo a que lo curen, como estoy haciéndolo. Es ella la que me da ánimos, no usted. Comenzando porque a usted no le debo más que puras dificultades, puras mortificaciones, puras vergüenzas.
Sudaba al hablar. Pero el viento de la noche le secaba el sudor. Y sobre el sudor seco, volvía a sudar.
—Me derrengaré, pero llegaré con usted a Tonaya, para que le alivien esas heridas que le han hecho. Y estoy seguro de que, en cuanto se sienta usted bien, volverá a sus malos pasos. Eso ya no me importa. Con tal que se vaya lejos, donde yo no vuelva a saber de usted. Con tal de eso... Porque para mí usted ya no es mi hijo. He maldecido la sangre que usted tiene de mí. La parte que a mí me tocaba la he maldecido. He dicho: “¡Que se le pudra en los riñones la sangre que yo le di!” Lo dije desde que supe que usted andaba trajinando por los caminos, viviendo del robo y matando gente... Y gente buena. Y si no, allí esta mi compadre Tranquilino. El que lo bautizó a usted. El que le dio su nombre. A él también le tocó la mala suerte de encontrarse con usted. Desde entonces dije: “Ese no puede ser mi hijo.”
—Mira a ver si ya ves algo. O si oyes algo. Tú que puedes hacerlo desde allá arriba, porque yo me siento sordo.
—No veo nada.
—Peor para ti, Ignacio.
—Tengo sed.
—¡Aguántate! Ya debemos estar cerca. Lo que pasa es que ya es muy noche y han de haber apagado la luz en el pueblo. Pero al menos debías de oír si ladran los perros. Haz por oír.
—Dame agua.
—Aquí no hay agua. No hay más que piedras. Aguántate. Y aunque la hubiera, no te bajaría a tomar agua. Nadie me ayudaría a subirte otra vez y yo solo no puedo.
—Tengo mucha sed y mucho sueño.
—Me acuerdo cuando naciste. Así eras entonces.
Despertabas con hambre y comías para volver a dormirte. Y tu madre te daba agua, porque ya te habías acabado la leche de ella. No tenías llenadero. Y eras muy rabioso. Nunca pensé que con el tiempo se te fuera a subir aquella rabia a la cabeza... Pero así fue. Tu madre, que descanse en paz, quería que te criaras fuerte. Creía que cuando tú crecieras irías a ser su sostén. No te tuvo más que a ti. El otro hijo que iba a tener la mató. Y tú la hubieras matado otra vez si ella estuviera viva a estas alturas.
Sintió que el hombre aquel que llevaba sobre sus hombros dejó de apretar las rodillas y comenzó a soltar los pies, balanceándolo de un lado para otro. Y le pareció que la cabeza; allá arriba, se sacudía como si sollozara.
Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como de lágrimas.
—¿Lloras, Ignacio? Lo hace llorar a usted el recuerdo de su madre, ¿verdad? Pero nunca hizo usted nada por ella. Nos pagó siempre mal. Parece que en lugar de cariño, le hubiéramos retacado el cuerpo de maldad. ¿Y ya ve? Ahora lo han herido. ¿Qué pasó con sus amigos? Los mataron a todos. Pero ellos no tenían a nadie. Ellos bien hubieran podido decir: “No tenemos a quién darle nuestra lástima”. ¿Pero usted, Ignacio?
Allí estaba ya el pueblo. Vio brillar los tejados bajo la luz de la luna. Tuvo la impresión de que lo aplastaba el peso de su hijo al sentir que las corvas se le doblaban en el último esfuerzo. Al llegar al primer tejaván, se recostó sobre el pretil de la acera y soltó el cuerpo, flojo, como si lo hubieran descoyuntado.
Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó cómo por todas partes ladraban los perros.
—¿Y tú no los oías, Ignacio? —dijo—. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.
http://conversacionesdeballenas.blogspot.com.ar/2013/07/no-oyes-ladrar-los-perros-juan-rulfo.html
Fuente:
El llano en llamas / Juan Rulfo. 3a ed. Barcelona: Anagrama, 2000
Vídeo:
Juan Rulfo - No oyes ladrar los perros. Tomado del canal de Youtube de StepanTrofimovich. En:
http://www.youtube.com/user/StepanTrofimovich?feature=watch [22 de julio de 2013]
miércoles, 26 de junio de 2013
domingo, 23 de junio de 2013
sábado, 15 de junio de 2013
clac clac
Catharina Sonn Kaaren
half way of a new pin brooch/pendant
black hemp pulp sculpted
Brazilian nut slice; 'caught' behind a beach pebble painted red -- that makes the 'clac clac' sound when the pendant moves
very light weight!
percussion jewelry -- might become a whole line
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Catharina Sonn Kaaren
little creations with cotton, corn and wheat straw pulp -- some pendants, some brooches, some both...
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